¿Hay espacio para el optimismo y la esperanza en una sociedad que a veces parece ser arrastrada por la desconfianza y el victimismo? Reflexionamos sobre ello a partir de la lectura de El árbol de la ciencia.
Recientemente leí El árbol de la ciencia de Pío Baroja. Este libro es hijo de la generación del 98 y como tal está marcado por un profundo desengaño y pesimismo. El protagonista, Andrés Hurtado, es un idealista que sufre una profunda y continua crisis existencial. Se siente descontento con la sociedad, a la que considera atrasada y con la que no siente ninguna afinidad, cree que el sistema está podrido, los valores morales echados a perder y no es capaz de encontrar gozo en nada.
Toda la novela se desarrolla en su continua disconformidad por el mundo en el que le ha tocado vivir.
Andrés Hurtado es claramente un personaje caricaturizado que exagera todas sus quejas y que es incapaz de encontrar nada a su gusto, para él todos los grandes pensadores ya se han muerto y le ha tocado vivir en un mundo mezquino. Sin embargo, tras terminar la novela y reflexionar un poco sobre lo que había leído, llegué a la conclusión de que Andrés Hurtado no dista tanto de muchas personas que conozco. Día a día escucho conversaciones y conversaciones teñidas de un ambiente de desconfianza y victimismo que empieza a recordar al de la generación del 98.
La gente no se fía de los políticos ni de los altos cargos, creen que el sistema está podrido, para muchos hemos entrado en una vorágine de consumismo de la que no hay salida, la globalización está destruyendo las culturas minoritarias, nos estamos cargando el planeta y lo peor es que la gente parece resignada. Todo esto no es de cosecha propia, yo no soy tan pesimista. Sin embargo esas sensaciones son las que irradia el telediario.
Pesimistas ha habido siempre, y aún así, mientras leía el libro no podía evitar que las quejas y odios del protagonista no me resultasen demasiado ajenos.
Pero, a pesar de todo, a pesar de que el ambiente anímico me pudiese resultar familiar, no lo era la sociedad. No tiene nada que ver esa sociedad analfabeta y enferma con lo que tenemos hoy en día. Por eso pienso que hoy más que nunca hay que ser optimistas. Hay cosas que van mal, pero no podemos resignarnos, hay que luchar por cambiarlas. No hay que dejar lugar a esa desconfianza y autocompasión que caracterizaban a Andrés Hurtado, si no, puede que acabemos como él.
Celia
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