Paseo.13: Corre, rocker, ¡corre!

Corre, rocker de Sabino Méndez

Cuando leí Corre, rocker (Anagrama, 2018) por primera vez, era un talibán del rock and roll. Sería el año 2001, y a mí eso que de tirar televisores por la ventana de un hotel, subirse a un escenario todas las noches y caminar por el lado salvaje, a lo Lou Reed, me parecía un proyecto de futuro. Pero me quedé con las ganas, mi vida fue por otros derroteros. Así que, con el tiempo, me tuve que conformar con leer esta crónica salvaje de los 80 que Sabino Méndez escribió en un arrebato de lucidez, antes de cruzar la frontera del siglo XXI.

Hubo muchas lecturas enfebrecidas en aquella época, pero recuerdo que Corre, rocker y más adelante Hotel tierra (Anagrama, 2006), también del artista barcelonés, me sirvieron para ensanchar la mitología del mundo del rock. Por eso cuando hace unos días Sabino Méndez presentó la reedición de Corre, rocker en La Buena Vida, una ráfaga de recuerdos vino a recordarme aquel muchacho que fui.

Me gustaba Sabino Méndez, como me gustaba Santiago Auserón o Enrique Bunbury -otra generación-, porque veía en sus canciones una intención literaria. Sus letras no eran meros chismes sentimentales, sino que había una preocupación estilística, lírica. Si Auserón venía de la filosofía y Bunbury evitó el conformismo de vivir de los éxitos del pasado emigrando a EE UU, de entre muchos del gremio fue Sabino Méndez quien encontró en la narrativa continuidad a la composición de canciones. El pop/rock ha sido el camino natural a tomar para muchos jóvenes con vocación literaria.

Acompañaba a Sabino Méndez en la presentación Alberto Olmos, serio e irónico, el cual confesó seguir la trayectoria literaria del músico desde hacía unos años. «Sabino ha hecho bien en seguir escribiendo. Me he ido interesando en la medida en que ha insistido en escribir», explicó el autor de Guardar las formas (PRHM, 2016). Me llamaron la atención muchas de las cosas de las que se dijeron en la mesa, pero sobre todo me gustó cuando Méndez habló sobre la composición musical, sobre cómo se escriben las canciones, algo de lo que se suele hablar poco. Aquello me recordó Vasos comunicantes. Cómo y para qué escribir canciones (Zona de obras, 2002), un libro que recoge la experiencia de un puñado de escritores de canciones pop de todo el mundo, dirigido por Bruno Galindo.

Sabino Méndez y Alberto Olmos

El autor de La mataré dejó muy claro que escribir poemas y canciones eran dos cosas muy diferentes. Algo que muchos parecen olvidar. Cuando él escribía canciones, señaló, hablar de cómo lo hacía cada uno, entrar en el atelier de cada artista, no era algo habitual entre músicos, más interesados en hablar de la música que escuchaban, de sus gustos, que de la manera de atacar el folio en blanco, el vacío.

El autor de Literatura universal (Anagrama, 2017) fue un niño al que le gustaba pintar y escribir, pero le tenía respeto a la escritura. Creía no tener talento para ello. Aquello que escribía lo dejaba en el cajón. Y fue casi con 40 años, como decía Montaigne que tenían que hacer los escritores, que empezó a escribir. Abandonó el grupo, capitaneado por Loquillo. Dejó las drogas. Se matriculó en la universidad. Estudió filología. Y mientras buscaba un tema sobre el que escribir, un día se dio cuenta que su experiencia vital estaba por contarse. De ella sale Corre, rocker, un libro híbrido y espídico, el relato único y crudo de un superviviente.

@cercodavid es David García Martín

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