El hombre que lo vio todo

El hombre que lo vio todo
Deborah Levy
Con traducción de Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Randmon House, 2022

Cuando Saul Adler, protagonista de El hombre que lo vio todo, despierta en el hospital tras ser atropellado por segunda vez en el famoso paso de cebra de Abbey Road, hemos asistido al primer atropello, a la muerte de su padre, a la ruptura de su última relación con una fotógrafa para la que ejercía de musa y a un viaje como historiador a la antigua RDA donde, al mismo tiempo que ha vivido obsesionado por creerse sujeto de investigación de la Stasi, se ha vuelto a enamorar. Pero, a pesar de tener toda esta información, en la explicación a todo cuanto le sucede hay lo que el lector percibe como lagunas o hechos vacíos de significado que rayan en lo absurdo. Poco a poco, el protagonista va emergiendo como un sujeto narcisista que nos traduce lo que ve desde una mirada bastante parcial y simple.

Del segundo accidente no sale ileso como del primero. Entre la múltiples lesiones están las cerebrales, causadas por trozos de espejo del retrovisor del coche con el que impactó insertos en su cabeza y que parecen causarle amnesia y confusión. A partir de ahí y desde el hospital, todos los personajes de su pasado le asisten para reconstruir el vacío de treinta años que parece existir entre el primer y segundo atropello, que Saúl irá reconstruyendo a través de la mirada de los otros. La narración se desplaza desde lo que parece que Saul vivió, a lo que el resto vio. En un alarde técnico Deborah Levy nos sumerge en un juego de miradas que son espejo y reflejo en el cerebro de Saúl: al parecer, él no es solo ese sujeto bello retratado por su ex pareja, alguien constantemente preocupado por no ser juzgado como débil o pusilánime, y tampoco es una víctima, sino alguien que ha ido haciendo daño por donde pasaba.

Raquel Francisco

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