El Levante
Mircea Cărtărescu – Impedimenta
Esta epopeya se publicó en Rumanía hace más de 20 años, cuando el poeta tenía que mecer con una mano el carrito de su hijo y con la otra teclear en su máquina de escribir Erika, explica el poeta Carlos Pardo en el prólogo. Es quizá por eso que este largo poema -o como decidan clasificarlo los especialistas- es una obra escrita desde la extraña lucidez que tiene los escritores en momentos muy concretos de su vida.
Al adentrarse el lector en sus páginas, podrá sentir la fuerza arrolladora de la imaginación de Cărtărescu, casi siempre desbordante, selvática, luminosa. Hay una vocación de atemporalidad diseminada en los versos de El Levante. El poeta rumano, contra el pronóstico habitual de nuestro tiempo y sus modas, busca engarzar su trabajo poético con el de los clásicos. Dividido en 12 cantos, El Levante narra las aventuras de Manoil y su hermana Zenaida, Languedoc, Zoe, el Antropófago y Yogurta. Este último, pirata de profesión.
Como esas dos medias lunas que quedan suspendidas sobre el apellido del poeta, en este artefacto gravita un humor que plisa todos los cantos. Se aleja del realismo a base de aventuras y leyendas. La autoficción, en el que el propio autor aparece como un personaje más en busca de consuelo, comprensión y algo de libertad, es otro de los recursos que embellecen y dan forma a esta exultante y disparatado libro. No sólo eso, también la cultura pop deja su blasón de personajes y firmas.
El Levante es un poemario exigente para el lector. Tiene algo de comedia de enredos, de parodia que no se sabe adónde te va a llevar. Pero eso no es lo que importa. Al menos no es lo más destacable. Aquí prima la fuerza de las palabras, sus algoritmos imposibles, la tensión del lenguaje desbrozándose hasta dejar, de la retina para adentro, un mundo original y complejo que se aleja de cualquier atisbo de mediocridad.