Yuri Herrera, editado en Periférica, 2018

Un anciano vecino se recuerda paseando de joven por una Andorra (Teruel) como si fuera un personaje de una del oeste, las películas que tanto disfruta ver, ahora jubilado, siempre que encuentra alguna paseando por los canales de la televisión, más cara que nunca, con lo mismo de siempre. Una única calle principal; con la novia tenías que pasear a la vista debajo de sus farolas si no querías dejarla mal afamada para siempre; bares a un lado y otro donde los mineros se dejan el jornal en partidas de cartas, que muchas veces acaban con las sillas rotas en las cabezas, los cristales desperdigados por el suelo.
Un avión, un Yak-42, que se estrella el 23 de mayo de 2003 con 75 ciudadanos y un ministro que decide que todo lo que se ponga en el papel tiene que encajar con una realidad que le conviene y en un plazo que no le distraiga.
Todos los libros hablan de mí. Yuri Herrera siempre ha hecho de la violencia y la tragedia una razón para materia literaria de primerísimo nivel. Es raro, ya después de once años de librería, alegrarte solo con ver la novedad de un autor cuyos libros no escritos ya echas de menos. La alegría que da saber que el tipo va a mirar a la cara a sus personajes y a contar algo que no te dejará indiferente. Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos demostraban un talento no engreído, que en páginas justas te dejaba con ganas siempre de más.
En El incendio de la mina El Bordo, Yuri Herrera ejerce de notario de la vida en la mina en un pequeño estado de México que podría ser cualquier mina de antes y de ahora cuando no las miramos. Y nos cuenta cómo en cada época hubo un ministro, un potentado, un chulesco poder, que escribió la historia antes de que sucediera, enterró a los muertos aún vivos y se fue de rositas hasta el siguiente deshecho vital donde pudiera meter su mediocridad. Eso sí, olvidando que, aunque sea entre susurros de generación en generación hasta cuando las minas dejaron de serlo, hasta cuando las víctimas parecieron olvidadas o hasta cuando todo resulta como una simple película del oeste, tenemos la capacidad de recordar, de dar explicación, de contar que la historia, a veces, la intentan escribir demasiado rápido. Para eso también sirve la liteartura.