Conviene tener un sitio adonde ir
Emmanuel Carrère
Traducción del francés de Jaime Zulaika
Anagrama, 2017
Un buen periodista no tiene por qué ser un buen narrador. Ni un buen escritor tiene por qué ser un gran periodista. Ritmo, estructura, voz… implican diferentes destrezas en cada género. De lo que no cabe duda es de que el periodismo es un género literario. Desde Chaves Nogales a Martín Caparrós, por poner unas décadas y un océano de por medio, se han escrito libros que merecen estar en las estanterías de cualquier lector exigente. Algo parecido ha ocurrido con Emmanuel Carrère, pero a la inversa. Si en España estábamos acostumbrados a leerlo como escritor de no ficción, ahí están El reino (Anagrama, 2015), Limónov (Anagrama, 2013) o El adversario (Anagrama 2000), , entre otros, en Conviene tener un sitio adonde ir, el francés muestra su faceta más periodística, con un libro misceláneo en el que se recogen reportajes, crónicas, viajes, perfiles, breves ensayos y entrevistas publicadas en los últimos 25 años.
El autor no se olvida de sí mismo en estos textos que buscan la inmediatez y, a veces, la actualidad. Carrère sigue siendo, también aquí, el sujeto activo y protagonista de los textos, más allá de los perfiles o el tema que trate. La subjetividad es lo que importa, esa mirada tan singular que cose el qué y el cómo sin dejar costurones. El escritor se empeña, con gran acierto, en contar los prolegómenos y hacer disquisiciones sobre dudas o posiblidades que le surgen mientras desarrolla su trabajo. Además, se preocupa tanto por el yo, ese yo que busca poner la mirada en el sitio adecuado para que el texto fluya, que el lector acaba asumiendo que es un yo tolerable y necesario. En el artículo titulado Capote, Romand y yo se pueden leer las vueltas que el autor dio hasta encontrar el tono y la voz adecuada. De fondo latía el espíritu de A sangre fría (Anagrama, 2006).
Educado bajo la atenta mirada de su madre, la sovietóloga Hélène Carrère d’Encasusse, también se puede apreciar la influencia de ésta en el interés que Carrère hijo ha desarrollado por el mundo y la cultura rusa. Con Limónov, como personaje paradigmático al que va a visitar para escribir un reportaje publicado en XXI, en enero de 2008, titulado El último de los demonios, el autor de El bigote (Anagrama, 2014) desmuestra el conocimiento y el interés por esa geografía y sus personajes. Con anterioridad había escrito Una novela rusa (Anagrama, 2008).
Algo parecido le ocurre con Philip K. Dick, «el escritor que no se termina nunca», y del cual escribió una biografía. Distinta es la experiencia que cuenta al releer a Honoré de Balzac, después de unas semanas inmerso en su obra, Carrère empieza a sentir un desencanto, un desánimo que lo hace abandonar a un escritor que tanto lo marcó en su juventud. Con Daniel Defoe es diferente. O la historia que relata sobre Alan Turing, aunque amarga, sobrevuela un aroma de justicia poética. Uno de los puntos álgidos es el encuentro con Catherine Deneuve, una entrevista fallida llena de aciertos.
Si se dice con más o menos acierto que el cuento es el laboratorio de la novela, en Conviene tener un sitio adonde ir, el escritor se sirve de algunas de sus incursiones periodísticas para preparar proyectos de más largo aliento. El libro abre con unas crónicas de sucesos y sigue con un viaje por Rumanía en busca del emigmático Drácula. Sólo hay que dejarse llevar y seguir leyendo, para entender que uno está frente a uno de los grandes escritores de nuestro tiempo y un excelente periodista.