Paseo. 06: Brazadas en el aire

A veces surgen ideas que quedan en nada: una anotación en una libreta, una frase escrita en el móvil que prometía ser algo, no sé, quizá un poema, o un pensamiento al que dar forma de columna periodística. Son pequeños fracasos cotidianos, minúsculas derrotas que minan el día a día. Acaso, como explica Marilynne Robinson en Cuando era niña me gustaba leer (Galaxia Gutenberg, 2017), «cada vez que fracaso de nuevo en mi empeño por encontrar esas palabras se amplía ese espacio de la intuición.»

He acumulado libretas. Papelajos. Cintas de cassete, después audios en el teléfono, que he olvidado mientras rasgueaba la guitarra. Otras veces, en cambio, he tirado de un hilo, al que no le pongo nombre, y he consiguido crear algo con sentido, que parecía funcionar, con principio y fin.

Cada vez que leo un texto emocionante, o escucho una canción que me dice algo, intento buscarle las hechuras, racionalizarlo, con la intención de imitarlo y aprender. Me ocurre a menudo que no acabo los poemarios que leo porque al sentir la emoción que me provoca un verso, la primera reacción que tengo es la de irme a anotarlo, retorcerlo y darle la vuelta para obtener algo propio. Qué fácil es, me digo, mientras anoto esas palabras tan bien colocadas. Después me encuentro con el vacío, como dando brazadas en el aire. Agotado de ir y venir del texto original al balbuceo de mis actos.

Me ocurría esto mismo que digo hace unos días mientras leía Asimetría (Acantilado, 2017), el último poemario de Adam Zagajewski, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017. Robarle al tiempo ese instante único que te ofrece y dejar escrito el arrobo, la gracia o la tristeza de estar vivo, es una de las funciones del poeta. Y Zagajewski atrapa instantes que vuelca al papel con destreza. Entre el relato cotidiano y místico, entre la melancolía de lo perdido y ilusión de lo venidero, este crítico agudo, además de poeta, construye grandes puentes.

El estilo nada alambicado. La experiencia personal como epicentro. La belleza. La sencillez. La sutileza de quien sabe mirar. El humor que se cruza en un momento dramático, como una flecha de luz en la noche cerrada. Y una elgancia de contenido fervor. Son algunas de las bondades de Zagajewski.

En La Buena Vida hay una pizarra en la entrada. De esas que imitan a las de las iglesias norteamericanas, con fondo negro y letras blancas. En ella se puede leer: «Los poetas son presocráticos.» Es el primer verso de un poema que dice: «Los poetas son presocráticos. No entienden nada./Escuchan con atención lo que les susurran los ríos anchos de las llanuras. Admiran el vuelo de los pájaros, la paz de los jardines en las afueras/ y los TGV que corren todo recto sin aliento./ El olor de pan caliente, recién hecho, de las panaderías/ hace que se detengan de repente/ como si recordaran algo muy importante…». Aún sigo dando brazadas en el aire.

@cercodavid es David García Martín 

 

 

 

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