
Natalia Ginzburg – Acantilado
Si la alegría es un líquido y la felicidad un sólido, la tristeza tiene mucho de niebla. Cala hasta los huesos, enfría las manos temblorosas e impone la miopía en la vida. Al sol le cuesta borrar sus fronteras y, aunque se pueda atenuar, se mantiene como un algodón que amortigua la vida.
Y eso fue lo que pasó es la segunda novela corta de Natalia Ginzburg, escrita casi a escondidas en su pequeño despacho de la editorial en Turín. Ahí refugiada intentó combatir la infelicidad escribiendo esta novela, pero como dice en la nota introductoria, la literatura y la escritura no son un consuelo. Como en la vida, es necesario escribir sin perseguir un objetivo para encontrar un camino.
La protagonista de esta novela se siente pequeña y con zapatos viejos en una ciudad grande donde no encuentra un hogar, espera a que llegue el amor y la felicidad brillante lejos de un cuartucho de pensión. Esa promesa aparece con forma de gabardina y muchas canas, un hombre que tiene detalles pero que no dice ni un te quiero. Pero ella se agarra a lo pequeño, porque cree en la felicidad que puede vivir en las pequeñas cosas y que los silencios se disolverían con la naturalidad con la que acaba el invierno.
Pero en la vida de la protagonista nunca llega la primavera. El amor no es más que una comodidad sin sentimiento, vive en una casa que no puede ser su hogar y convive con un marido que se encierra en su despacho con un revólver siempre cargado. Un hombre enamorado de otra mujer a la que le lee poemas de Rilke, pero que quiere tener hijos y conseguir hacer algo real en la vida aunque todo se le quede en intentos frustrados.
La novela comienza con un disparo, un estallido de toda esa bomba de tristeza y se cuenta por el rastro de su metralla. Una declaración sentimental ante un crimen lleno de dolor teñido de la magia ginzburguiana, capaz de poner palabras a la tristeza más profunda.
Pilar Torres