Una jornada en Vimvodí

Hace ya unos días de la presentación del premio literario organizado por Arola Editors a las afueras de Vimvodí, un pueblecito de Tarragona del que apenas tengo la imagen de unas casas y un arroyo. Me levanto temprano. La mañana es lluviosa. Creo ir con tiempo suficiente para tomar el tren en la estación de Atocha, pero cometo el error de subirme al autobús. Demasiado tráfico, apenas nos movemos. A mitad del paseo de las Delicias decido bajarme y echar a andar. Más bien a correr. Mientras subo hacia Atocha me invade la desesperación. Tengo la sensación de que voy a perder el tren. Llego muy justo. Cuando me siento en el AVE, sólo faltan tres minutos para salir. Dejo Madrid con una sensación de alivio. Las perlas de sudor descienden por la espalda.
 
Bajo del AVE en la estación Camp de Tarragona junto a una excursión de pensionistas y algunos otros viajeros en los que no reparo. Cada cual toma su camino. En la puerta de salida me espera un conductor. Sostiene un cartel con cuatro nombres: Vidal Usanos, Cristóbal González, Jesús Marchamalo, David García. Hemos venido en el mismo alta velocidad. Vidal y Cristóbal son dos libreros madrileños con muchos años de experiencia, Jesús es un conocido periodista cultural.
 
Afuera de la estación brilla la luz del Mediterráneo, dulce y agradable. Durante los tres cuartos de hora de viaje en coche, atravesamos parajes rurales. Llama la atención lo verde que está el campo. Los viñedos de la tierra arañan el horizonte. La primavera ya se ha colado de lleno en esta parte del país. Llegando al destino, los avellanos motean en los alrededores de Vimvodí.
 
La presentación del premio se celebra en la masía Molí de Salt, propiedad del escritor Luis Goytisolo. Nos recibe Juan Tallers, también escritor, y uno de los editores de Arola. Saludos de cortesía, sonrisas, caras amables. No sé qué me voy a encontrar. He estado fisgoneando en la web de la editorial, la mayoría de los títulos publicados por Arola son en catalán.

Con la 1.ª edición del Premio Vuela Cometa para Escritores Menores de 38 años, la editorial abre nuevas vías y la posibilidad de entrar en el mercado en lengua española. Pero 38 años es una edad extraña, poco redonda. Ni son los temidos cuarenta ni los ilusionantes veintitantos. Quizá esa sea la razón. Los 38 años interpertados como la atalaya desde la que ya se puede escribir de la vida con perspectiva si hurgas en el pasado. Y si miras hacia delante, todavía hay mucho camino por recorrer.
 
La masía Molí de Salt también es un hotel. La estructura se divide en dos partes. En el edificio de la izquierda están la habitaciones. En el de la derecha hay un gran salón. Llama mi atención una pequeña biblioteca. Me acerco a echar un vistazo a las baldas. Hay una gran cantidad de títulos de la editorial Anagrama. Echo un vistazo por la puerta trasera del salón. En frente, a unos 2 o 3 metros, una alberca alargada con agua verdosa, casi diamantina, ocupa gran parte del terreno. En uno de sus laterales distingo al autor de Antagonía sentado frente a una cámara. Un periodista, de espaldas a mí y frente a él, le entrevista. Apenas se mueven. El escritor balancea las manos de vez en cuando, con armonía, como buscando asir los abismos del aire. La escena me recuerda a un cuadro de Hopper.
Goyitolo
 
Adentro, en el salón, además de la estantería de libros, han alquilado para la ocasión un moderno equipo de sonido, un equipo de altavoces y unos focos. Un par de cámaras de vídeo esperan en stand by a que esto eche a andar. Detrás de la estantería, junto a la puerta trasera, dos periodistas de RNE ultiman los preparativos para grabar el coloquio/presentación. Un revuelo de gente va de acá para allá. Al fondo, una mesa flanqueada por un ramo de rosas en cada esquina espera a los invitados.
 
Juan Tallers inaugura la mesa con una breve presentación de las dos novelas premiadas. No se extiende, todo lo contrario, es bastante breve. Y en unos minutos el acto se convierte en una charla para hablar sobre la situación actual de la novela. En la mesa están sentados Xavi Ayén, del periódico La Vanguardia; Juan Andrés Moya, finalista del premio con la novela El color de las granadas; Luis Goytisolo; Marcelo García, ganador del certamen con Cartas de amor después del ecocidio; Jesús Marchamalo; y Elvira Huelbes, en el papel de moderadora.
 
La muerte de la novela, la situación actual o los peligros que la circundan son los temas sobre los que se incide. Goytisolo insiste en los cambios sociales y en la manera en que la tecnología ha venido a cambiar la realidad, pero advierte que él no es catastrofista, eso sería lo fácil, comenta. Marcelo García explica, en cambio, que el arte de contar historias es inherente a la naturaleza humana, aunque es consciente de que estas nuevas formas tecnológicas y de conocimiento superan el contexto de lo literario. Juan Andrés Moya defiende el deseo inagotable del ser humano por el placer de la lectura y de la escritura, al margen del soporte.

En la conversación ha prendido el calor de las palabras. Ayén, explica, recibe catorce libros al día en su mesa de trabajo. Destaca cómo ha crecido el poder de los directores de marketing en los grandes grupos y defiende el trabajo de las pequeñas editoriales, esas que hacen del libro un objeto especial. Es Marchamalo quien levanta alguna que otra sonrisa, asegura que la época del temido iBook ha quedado atrás y que el enemigo de la lectura es el teléfono móvil. Lo define como un festival de posibilidades de ocio. Ése es el que hace daño. El teléfono ofrece un entretenimiento fácil e impulsivo. Es la paradoja de vivir en mundo hiperconectado y a la vez superficial. 
 
En la charla surgen anécdotas de J. K. Rowling y, cómo no, de Vargas Llosa, un escritor que gana digitos en su cuenta bancaria, pero pierde crédito en el ámbito cultural. La mesa se extiende alrededor de una hora. Se dicen cosas como:

– Los modos de hacer de la mercadotecnia norteamericana han copado también el sector del libro.
– La literatura no es el mercado. Son dos mundos opuestos, aunque complementarios.
– Un alto porcentaje (90 %) de los best seller publicados no llega a ser un superventas.
– La esperanza de la literatura está en los pequeños editores.
– El libro puede competir con las nuevas tecnologías si lo miman y el editor tiene un trato único con el escritor, las librerías y los medios de comunicación.
– Los lectores son una fauna inextinguible. FIN.
 
Nos bajan a comer junto a un río que suena alegre. El vino es suave y afrutado. Roberto Villarreal, periodista de El Mundo, me cuenta que en Tarragona hay nueve denominaciones de origen. Aparece Josep María Bernadas, en muletas. Su fuerte acento catalán me obliga a afinar el oído. Habla de proyectos, de resistencia, de libros, de revistas, de periodismo narrativo. Arropado por unas gafas de sol, Luis Goytisolo se suma, escucha atento. Pasa todo muy rápido. Llega el postre, el café solo sin azúcar.

Al fondo las copas de los árboles se agitan. A alguien se le ocurre juntar al grupo para hacer una foto. Estamos cerca del Sant Jordi. Esto aquí son palabras mayores. Son días en los que todo se mezcla un poco: las expectativas, la ilusión, los encuentros, el cansancio por la carga de trabajo… Poco a poco el grupo va menguando. A mí también me toca volver. Busco la chaqueta. Dan ganas de tumbarse en la hierba a oir la música del agua. Pienso en Manet. Llegan las despedidas y los adioses, todo un poco a la ligera porque el coche espera. Sólo queda dar las gracias, esperar a que pase el AVE de vuelta a Madrid y aprovechar lo que queda de tarde para leer.

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