Paseos.01: Discos, libros, una peli y lo que queda por hacer

Esperaba con ganas el último trabajo de The War on drugs, la banda americana liderada por Adam Granduciel. Rara ha sido la tarde que las melodías de Lost In The Dream, su anterior álbum, no se han pegado a las estanterías de La Buena Vida. El título era sugestivo e invitaba, a aquellos que nos gusta perdernos en los recovecos de la música, del cine y de la literatura, a sumergirnos en sus canciones envolventes, emotivas y redondas.  Deeper Understanding es el título de la última publicación de la banda indie, con cambio de compañía incluído, de Secretly Canadian han pasado a Atlantic Records.

En la portada de su nuevo trabajo vemos a un Granduciel en el estudio de grabación, sentado frente al teclado. De fondo, una Fender Stratocaster, y una luz para no caer en la oscuridad absoluta. El artista gira la cabeza, como sorprendido, en medio de la vorágine de la música. Es una imagen mucho más realista que la de su anterior disco, en la que también aparece él, delante de un ventanal, en actitud de abandono, sin instrumentos que lo puedan rescatar de la pose de ensimismamiento impostado.

A Deeper Undertanding conserva el sonido de TWOD: guitarras melodiosas,  reverbs que buscan crear un ambiente y trasladarnos a otra dimensión, teclados que sirven de colchón y subrayan ciertos pasajes sin que la canción caiga y, por supuesto, la voz y las melodías de Granduciel, que sostienen las notas de manera muy dylanina y las deja en el aire con suavidad. En ese fraseo sostenido, cuando las notas se agarran a la garganta, es que TWOD nos transmite emoción y singularidad en sus armonías, alejados de cualquier aire festivo y en busca de la melancolía que se escribe con acordes menores.

El disco arranca con gracia. En Up All Night el piano marca la melodía. En Pain, el segundo corte, es la guitarra la que releva a las teclas. Holding On acelera el pitch de un disco anclado en los medios tiempos y posiblemente sostenga el mejor estribillo de las diez canciones. Strangest Thing suena como si un hombre del Romanticismo hubiera tomado las seis cuerdas un día de inspiración. Sin prisa alguna, la canción te lleva hasta romperse con uno de los mejores solos de guitarrra del álbum, y por fin, Granduciel enchufa la voz a los filtros sonoros que lo transportan  a ese lugar desde el que brilla su música. Es inútil seguir deshilachando canción por canción porque estos músicos de Philadelphia siguen en la misma línea, sin dar sorpresas, quizá algo acomodados y alargando los temas, algo que me gusta, porque con ello rompen esa corriente pop de los 4 minutos por canción.

La segunda parte suena más desdibuajada, las canciones no golpean igual. Destacaría In Chains, de fuerte complexión y con ecos de Police, como si Sting hubiera abandonado el bajo y se hubiera aficionado a la armónica, tan tradicional en ciertos estilos de música norteamericana.  Deeper Understanding no lleva abordo las mejores composiciones de TWOD, aunque suena muy bien, quizá muy pulcro, y no tiene la prisas por pasar a la siguiente canción, y eso es de agradecer, sobre todo en La Buena Vida, una librería que busca ser recodo, alto en el camino, como esos lugares fuera del tiempo, donde además de comprar un libro, puedes disfrutar de canciones como Thinking Of A Place.

Pero, ¿qué hago hablando de música en la página web de una librería? En realidad, una cosa me lleva a la otra. Y en realidad no hace falta dar tantas explicaciones, aunque todo tiene su razón de ser. Me refiero a un par de libros que he leído en los últimas semanas en los que la música juega un papel central. (1) Si hubo algo que me gustó del nuevo libro de Sergio del Molino, La mirada de los peces (PRHM 2017), además del giro, esa pulsión barroca que ha ido mitigando en cada novela, es el fresco que ha creado a partir de su barrio y su juventud, mezclado con habilidad con el tiempo presente. Algunos han hablado de libro generacional. Al margen del argumento principal, Del Molino nos acerca a la música de Iron Maiden, Metallica, Led Zeppelin, Barricada y toda esa trupe que hizo vibrar a una generación de jóvenes inquietos. Lo hace con la perspectiva que da el tiempo, pero sobre todo lo hace con la pasión de alguien que la música rock le ha marcado de por vida. El r’n’r es una cuestión de actitud, cantaba Fito Páez, pero también es un puente hacia la cultura. En La mirada de los peces la música es un vehículo transmisor de emociones, que hizo, además, de catalizador en aquellos barrios periféricos donde los chicos a veces acababan siendo carne de cañón de los descampado donde corría la heroína.

Al hilo de este libro generacional y con banda sonora, me viene a la mente una peli que vi este verano, en la que se mezcla el terror y la adolescencia con la música de los noventa, en este caso, con los zaragozanísimos Héroes del silencio y su segundo álbum Senderos de traición. En Verónica, dirigida por Paco Plaza, además del sobresalto y el miedo, se puede apreciar hasta qué punto la música es bálsamo y refugio. Cine, literatura y música unidos por una ciudad.

(2) Hace unos días llegó a la librería Fotorretórica de Hollywood (Global Rhytm, 2009). No me pregunten por qué. Primero lo tengo que hacer yo. Pero es una gozada. En este libro casi fuera del mercado, Bob Dylan ejerce de poeta, que no de escritor de canciones poéticas. El autor de Blowin in the wind  agavilla versos que casi sirven como pie de página para las fotografías que Barry Feinstein tomó en Hollywood, nada más ponerse en marcha los sesenta. Un mundo de purpurina y decadencia. Vaya década. Y para finalizar, y hablando de Dylan, me gustaría destacar el artículo que Ismael Belda ha escrito para Revista de Libros. Se titula Dylan y el cancionero americano: la república invisble. De lo mejor que he leído sobre el polémico premio Nobel de Literatura.

@cercodavid

 

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