Orquesta de desaparecidos – Francisco Javier Irazoki – Hiperión
La prosa poética de Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) conduce al lector a lugares poco habituales, con una sutileza y unos giros que hace que todo lo que toca parezca nuevo, un espacio abierto donde el universo que se nos presenta está por descubrir. No puedo dejar de imaginar a este poeta en una pequeña habitación parisiense, bajo el espacio diáfano de una claraboya dejándose empapar por la luz y las palabras que alumbran las luciérnagas de sus ensueños. Algo así sugiere Portal 2 , un texto que habla sobre el trabajo, la escritura, el tiempo y el hogar. Pero esto es sólo un ejemplo de tantos que se podrían extraer de Orquesta de desaparecidos, una reunión de textos que el escritor navarro ha ido agavillando entre el 2007 y el 2014. Bajo esta armonía de anhelos y necesidades, el polifacético escritor ya había entregado Los Hombres intermitentes (Hiperión, 2006).
En esta orquesta con vocación de fiesta surrealista, pero apacible -Irazoki formó parte del grupo de escritores surrealistas CLOC, junto a su amigo Fernando Aramburu- , el autor de Retrato de un hilo (Hiperión, 2013) hace camino, puebla las realidades inmediatas o lejanas, y se embriaga con palabras como «tundra» o «estepa». El poemario es un viaje que recupera los años de la adolescencia, moja y arranca la hierba de los espejos de la infancia, acaricia recuerdos de su padre, y se sienta, si es menester, junto a Leopoldo María Panero, al que prefería sin disfraces porque así «regresaba el poeta verdadero».
Suenan muchos instrumentos en la voz poética de Irazoki. Quizá tengo algo que ver en esto que fue periodista musical y que estudió Armonía, Composición e Historia de la Música. Se cuelan en sus líneas Monk, Holiday, Parker o Mozart, al mismo nivel que lo hacen su amigo Pinilla o la poeta rusa Ajmátova. La sencillez convive con la profundidad, en esta sucesión de textos que podrían ser, por momentos, columnas exquisitas para publicar en un periódico valiente, otras veces un relato breve o un apunte que es atrapado como se atrapa con cazamariposa a las musas. Otras, en cambio, respiran con la fuerza del poema. En todo caso, siempre colea el nervio de lo lírico.
La voz de Irazoki es uniforme y viva, la de un hombre que mira a fondo y con intensidad, haciendo de la poesía algo más que un mero ornamento. Vida, memoria, experiencia son las fuentes de las que se nutre esta música. Me contaba una amiga que Aramburu decía sobre su amigo Irazoki que nunca un apellido había sido tan mal puesto. “Le sobra la mitad. De ira nada, sólo zoki”. Seguramente no le falte razón. De la lectura de esta Orquesta de desaparecidos el lector puede intuir que detrás hay un hombre que dirige con mesura y talento los intrumentos, sólo hay que acercarse al último poema titulado Testamento: «Me gustaría que sobre mi muerte se plantara el árbol de la discreción». Pues eso: Ira-Zoki.