«La duda es el motor del pensamiento y de la creación»

codesA esta mujer le encanta la fotografía. Su gesto, luminoso y amable, se enciende rápido con una sonrisa. Es pausada en las formas, hasta que un nervio de no sé dónde le arranca locuacidades intensas. Es como si toda la literatura que lleva dentro pusiera su atención en un mismo punto, y después, en un instante, se volviera a esconder. Rueda en su voz serena una pizca de timidez que en seguida toma vuelo. Se emociona cuando cuenta que han encontrado una pequeña estela con 20 líneas del poema sumerio de Gilgamesh. En esos pocos versos se esconde la belleza de los cedros de Líbano. A veces basta con algo así, parece decir. A María José Codes también le apasiona el mundo contemporáneo, sus cambios y sus tecnologías, el rastro que deja en el hombre el paso del tiempo. Es Licenciada en Historia del Arte y profesora en la Escuela de Escritores y en Hotel Kafka, entre otras muchas cosas. Premios literarios y colaboraciones en prensa y revistas culturales redondean su currículum. Hoy ha venido a La Buena Vida a hablar de La peluca de Franklin (menoscuarto), su última novela.

¿Por qué una mujer del siglo XXI se interesa por un personaje histórico norteamericano del siglo XVIII como Benjamin Franklin?

Así planteado puede parecer una cosa de azar. Y en parte lo es. Estudié Historia del Arte. Lo que me interesa más de la Historia es que el estudio de otro período histórico me dé pie a reflexionar sobre lo que está sucediendo ahora. En esa época, Benjamin Franklin era visto como el hombre nuevo. Me interesaba mucho cómo se vivió la llegada de ese hombre nuevo a Europa. En la travesía del Reprisal que describo es cuando Franklin viene a pedir ayuda a Francia para la guerra de la independencia contra la metrópolis británica. En aquel momento, él encarnaba para Europa unas ideas y una filosofía nuevas. Eso me hizo preguntarme cómo era el hombre nuevo actual y qué tipo de características tenía. Me gustó la idea de contraponer dos hombres de épocas distintas. Uno de nuestra época y otro del siglo XVIII, con todo lo que ello conllevaba, con todas sus circunstancias y con cómo se percibía el tiempo, la lucha, los ideales. Todo. Mi idea era contraponer estas dos perspectivas.

Y la mejor manera de narrarlo era hacerlo de manera simultánea.

Lo que ocurre es que yo tiendo a eso. Es casi involuntario. Quizá porque tengo la sensación de que hay muchos puntos de vista que considerar. No me conformo sólo con uno. En ese momento me pareció interesante investigar ese período histórico. Disfruto con esas cosas. Y si además, como es el caso de la novela, lo tengo que contraponer con la época actual, es una manera de pasármelo bien. Escribir es disfrutar y vivir otras vidas.

Cuando escribías la novela, ¿tuviste a algún lector de confianza que te ayudase a mirar con otra perspectiva el trabajo?

Sí. Tengo gente que lee mis manuscritos, como todo el mundo. Los que escribimos no podemos fiarnos de nosotros mismos. Creo que tengo ojo crítico con la obra de otras personas, pero no perspectiva suficiente con mis propias cosas. Lo que se escribe hay que dárselo a otras personas. Tengo amigos con criterio, de los que me fío cuando me dicen que no les convence algo o que debo de tirar por otro lado. Suelo hacer caso, me importa lo que me dicen sobre mis textos. Hay que escuchar, hagas caso o no, a lo que te dicen.

FullSizeRender(3)La peluca de Franklin tiene algo de juego de matrioskas.

Me pasó también en la anterior novela, Control remoto (Premio Río Manzanares, 2008). Es una especie de juego de espejos que no es más que un reflejo de lo que se produce en la vida. Todo tiene que ver con el concepto de espacio y de simultaneidad. Es uno de los temas que me interesan. El tiempo, las vidas paralelas y las circunstancias que se producen tangencialmente a otras.

Supongo que el hecho de que impartas clases de literatura creativa te pone en una posición de ventaja al analizar tu trabajo.

Constantino Bértolo dijo en una clase magistral donde yo daba clase que las personas que escriben ficciones lo que hacen es poner ejemplos, un ensayista tiene muy claras sus ideas y es capaz de expresar lo abstracto de una manera clara, pero los que no sabemos lo hacemos a través de los ejemplos. Cuando no sabemos explicar algo decimos: mira, no lo sé explicar, pero te voy a poner un ejemplo. Ahí se ve lo que tú querías decir, porque de otra manera yo no sabría hacerlo. Las respuesta es no. En casa del herrero, cuchillo de palo. Se me da muy mal el autoanálisis.

Los personajes están llenos de sorpresas y casi todos llevan una máscara. ¿Tan real como la vida misma?

Todos tenemos una máscara, un retrato. Jesús Ferrero hablaba constantemente de los retratos que nos hacemos. Siempre vamos con una máscara, o que nos embellece o que nos rejuvenece. Nadie está dispuesto a aceptar la realidad de uno mismo. Cada vez se tiende más a eso. Detesto a la gente que usa pseudónimos y no es capaz de descubrirse. Puedes usar un pseudónimo, pero cuando estás hablando con una persona que se niega a decir quién es, me resulta incómodo. Pero claro, como juego literario me parece muy interesante. Es una manera de hacer que no sea todo previsible y de presentar personajes bastante reales. Todos somos una cosa y otra.

También tratas el tema de la comunicación y la incomunicación de las personas. Da la sensación de que las tecnologías nos alejan en vez de acercarnos.

En teoría la comunicación ahora es más fácil, pero no necesariamente más profunda. Tampoco creo que las redes sociales nos den la posibilidad de tener más amigos. Me encantan las tecnologías y me gusta participar. Creo que tienen sus cosas buenas. Aunque me parece que las redes no han facilitado especialmente el acercamiento entre las personas. En las noticias y la información, sí. Pero en las relaciones personales, lo pongo en duda.

FullSizeRender(4)El sexo es un tema que está muy presente en la novela.

Sabemos cómo se alimentan los personajes, entonces por qué no vamos a saber qué tipo de sexo tienen. Recuerdo que en la novela Desgracia de Coetzee, al principio daba información del personaje principal diciendo que había resuelto el problema del sexo yendo una vez a la semana a casa de tal y cual. Bueno, pues a mí esa información me parece interesantísima. Yo creo que las personas hacen una serie de cosas y los personajes son el reflejo de estas personas. Creo que al lector le interesa cómo se desenvuelven los personajes en todos los terrenos. Igual que a mí me interesa esa parte de morbo, creo que para el lector también puede ser interesante. Aunque el sexo del siglo XXI es diferente. En el XVIII no había vibradores (risas).

«Si hay un rifle en el primer acto, en el segundo o tercero debería desaparecer. Si no va a ser disparado, no debería estar colgado ahí», decía Chéjov. En La peluca de Franklin se respira ese espíritu.

Mi idea es que cuando se llegue a determinado punto de la narración, los lectores entiendan que todos aquellos indicios que han ido apareciendo no han sido arbitrarios. Soy partidaria de disparar siempre con el rifle que mencionas de Chéjov. Si muestras un elemento de manera evidente, hay que usarlo. Creo en el juego limpio. Cuando le das información al lector, éste debería de ser capaz de entender que tú tienes un propósito en lo que estás haciendo. Si introduzco en la novela un componente surrealista muy importante y lo sostengo durante muchas páginas y no conduce a ningún sitio, lo que hago es producir frustración en el lector. No soy partidaria de complacer al lector con finales felices ni nada de eso, pero tampoco de hacerle leer cosas que no coducen a ningún sitio.

María Jose Codes siempre está trabajando en alguna novela, dice que las deja reposar en el cajón durante un año o el tiempo que estime necesario, no tiene prisa, explica, y es algo en lo que insiste en sus clases: «Si la novela no está publicada, siempre la podrás corregir, les digo siempre a mis alumnos». La charla que tenemos va llegando a su fin. Pero como en todas las conversaciones hay cosas que quedan sin decir. Por lo que en las sucesivas semanas, cuando la escritora vuelve a la librería a tomar un té y echar un ojo a las novedades literarias, se acerca de vez en cuando y puntualiza o repiensa una respuesta que dio en aquel momento. Codes insiste, le da vueltas a las cosas, se convence de algo y se desconvence, como si en ese proceso creciera por dentro y se liberara de la fatalidad de estar siempre en lo cierto, porque como señala: «La duda es el motor del pensamiento y de la creación».

@cercodavid

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