Diario de un canalla. Burdeos 1972

diariocanallaDiario de un canalla. Burdeos, 1972 – Mario Levrero – Penguin Random House Mondadori

El año pasado, La novela luminosa abría el Club de Lectura de literatura contemporánea latinoamericana, inspirado en el grupo Bogotá 39. Jorge Varlotta (Montevideo, 1940), más conocido como Mario Levrero -son su segundo nombre y apellido-, no pertenecía a esa nueva generación de escritores que se encargaron de seleccionar Piedad Bonnett, Héctor Abad Faciolince y Óscar Collazos. La idea de crear una generación de laboratorio -que no se entienda como algo peyorativo- era dar mayor visibilidad a un grupo de autores diverso en cuanto a nacionalidad y estética. Que Levrero estuviera a la cabeza de estas lecturas, se debía a que el escritor uruguayo se convirtió en un referente para estas nuevas voces de las letras de América Latina.

Ahora llega a la mesa de novedades españolas La banda del ciempiés, Fauna y Desplazamientos, novelas delirantes de corte surrealista que fueron algunas de las tantas teclas que plisó Levrero. Pero es Diario de un canalla y Burdeos, 1972 las lecturas que aquí me gustaría destacar a causa de su componente marcadamente autobiofráfico y vivencial. Íntimo, si se me permite el término, como dice en algún momento Levrero en estos diarios que tratan dos experiencias importantes en su vida. El autor de La máquina de pensar en Gladys encontró el sentido a aquella aseveración sostenida por Walter Benjamin: «La auténtica medida de la vida es el recuerdo».

Diario de un canalla es el preambulo de lo que más tarde sería La novela luminosa. Comparten temas y obsesiones. Y el  tono, cómo no. De poética flexible, Levrero tiene la virtud de extenderlo a lo largo de sus páginas. Aquí ya se puede apreciar el placer de filosofar sobre los pájaros, primero con las palomas, a las que el escritor también aborda en Diario de una beca. Pero en esta inmersión en la literatura del yo, si primero hace un esbozo de las palomas, ese animal que Levrero utiliza para caricaturizar la feminidad. Y después se embarca en una breve odisea con una rata y una abeja, es con una cría de gorrión con quien tiene su verdadera aventura vivencial y literaria.

Levrero narra su relación con Pajarito -así lo bautiza- como una experiencia extrema. Lo más importante es que el lector siente y entiende que es así. Un partido de fútbol tiene menos emoción. El hombre solitario que es en los dos años que pasa en Buenos Aires quedan reflejados en este diario que se hilvana con un humor fino y mesurado. La enfermedad, las fobias y ese conqueteo que anhela tener con las mujeres, terminan por ser, también, germen de La novela luminosa.

El segundo diario que recoge este volumen es Burdeos, 1972. En él escribe sobre la experiencia que tuvo en la ciudad francesa junto a Antoniette, mujer de la que se enamoró, y Pascale, su hija. Levrero tira de memoria para recoger momentos de aquella vivencia que no quiere olvidar. Escrita a altas horas de la madrugada, recupera escenas en las que se vuelve a ver al Levrero angustiado, irónico, tierno y confuso que lucha contra las adversidades de la vida.

Las dificultades con el idioma de Proust, las situaciones ligeramente ridículas en las que se ve envuelto, el minucioso retrato de su incapacidad para trabajar y la separación de Antoninette, y su hija Pascale, planean y conforman este diario de un hombre con un pie en la música de Brassens y otra en la de Gardel. Como explica en el prólogo Marcial Souto, editor de Levrero, son «dos textos magníficos, hijos de la necesidad y el amor».

@cercodavid

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