La familia llagada de Antonio Lucas

IMG_6756El niño Lucas paseaba entre las mesas del café Gijón con un mechero en la mano, regalo de Alfonso ‘El cerillero’. El niño Lucas se sentaba a hacer los deberes del cole junto a Buero Vallejo. Más allá estaba Gerardo Diego. En frente, la mesa de los cómicos. Con Algarrobo y Fernando Fernán Gómez. Con Manuel Alexandre atado a su voz de querubín. Caras familiares a las que todavía no hacía falta ponerles nombre. El niño Lucas era el único niño en aquel café. No leía a Nabokov, ni se enredaba en metáforas imposibles. Jugaba, se abismaba, se empapaba de palabras y humo, mientras su padre estaba de tertulia.
En la leyenda espesa del cafetín andaba Raúl del Pozo, Manuel Álvarez Ortega. O Francisco Umbral, alicatado de dioptrías y periódicos. De ninfas ochenteras. A los catorce años plantó a su padre. Dejó de ir al Gijón de manera asidua. Antonio Lucas (Madrid, 1975) cuenta esto sentado en un sofá de La Buena Vida, con Vidas de santos (Círculo de Tiza, 2015) entre las manos, su último libro, un conjunto de semblanzas publicadas en el periódico El Mundo entre 2013 y 2015. Un devocionario estético por el que se pasean personajes jodidos y llagados. Una gran familia valiente y anarca que aceptó «el riesgo como único dios verdadero», espeta.
 
-¿De quién fue la idea de reunir en un libro este conjunto de biografías bonsái?
-Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza, leyó los perfiles que había escrito en el periódico y me hizo ver que se podían leer igual que la secuencia que establece una novela coral, aunque sin trama. Era como tener la posibilidad de ver una sucesión de vidas cruzadas, a lo Robert Altman. Al principio fui reticente, pero después me di cuenta de que estaba en lo cierto. Ella se encargó de modularlos para que no fuera sólo un volcado de recortes de periódico en formato libro, sino que tuvieran una respiración propia. Las 50 semblanzas que componen Vidas de santos forman un conjunto de personajes completamente dislocados, de homosexuales, drogadictos, alcohólicos, suicidas, delirantes, gente con trastornos mentales severos, generadores de una cultura y de unos puntos de luz que hoy resultan imprescindibles.
 
Explica el XXVI Premio Loewe que de niño tenía toda la poesía posible del mundo en la biblioteca de su padre. Pero ni caso. Como el que oye llover. A él le gustaba más hacerse el cimarrón. En octavo de EGB lo expulsaron del colegio. Fue con 14 años cuando sintió el fogonazo de la poesía, al leer aquello de «Sucede que me canso de ser hombre, sucede que entro en las sastrerías y en los cines…» que el poeta chileno dejó escrito en Residencia en la tierra. Igual que Nacho Vegas, pero más púber e inocente, ese día el Lucas adolescente hizo crack. Y el calambre ciego de las sinfonía surrealista de Pablo Neruda despertó el recuerdo de las lecturas que de pequeño su padre le hacía de Machado, de Lorca, de Alberti. También avivó en su imaginario aquellas cuatro o cinco navidades que, junto a su familia, pasó en casa de Dámaso Alonso. Todo un flashback aderezado de Josie Bliss, Hijos de la ira y árboles de navidad.
 
Enganchado a aquel incendio de palabras, el Lucas adolescente comenzó a copiar poemas con fervor para enseñárselos a los amigos del instituto, y un día, trascribiendo Se querían, de Vicente Aleixandre, alguna palabra se le atascó en el oído. Fue en ese momento, en un traspié de músicas, que el joven poeta corrigió el verso y siguió escribiendo el poema del Nobel sevillano hasta hacerlo suyo. Con ese injerto de palabras comenzó a dibujar un laberinto poético aún por cerrar
 
-En Vidas de santos la mayoría de las semblanzas son de origen europeo.
-Sí, es verdad. Me entusiasma lo que ha sucedido en este continente. EEUU apenas tiene historia. Todo lo bueno que les ha sucedido, principalmente es de raíz y de origen europeo. El caso de que haya más europeos es que la mayor parte de los elegidos son del siglo XIX y principio del XX. En ese momento EEUU estaba dando menos. Aunque es verdad que ellos han dado muchísima zoología. Me hubiera encantado meter a un japonés, tipo Mishima o Kawabata, pero tampoco tengo tantos conocimientos. En Vidas de santos algunos de los personajes me los descubrieron amigos. Blanca Luz Brum me lo sugirió Juan Bonilla. Keith Douglas, Javier Marías.
 
-Como Chusé Izuel…
-A Chusé Izuel loconocí a través de Jonás Trueba y Daniel Gascón. Me dijo que iba a publicar la historia de un tipo cuya obra quedó muy difusa y murió muy joven. Ya verás, te voy a mandar Amarillo de Félix Romeo, me dijo. Lo leí y me gustó mucho. Lo conocí así, de manera espontánea. A Chusé no le sirvió la capacidad lenitiva que tiene la literatura para poder superar sus problemas de desamor. Y al final acaba arrojándose por el balcón. Eso es lo que me hizo sensibilizarme con el personaje de Chusé Izuel. Es un malogrado. Por eso es uno de lo santos.
 
-Igual que Félix Francisco Casanovaque muchos le han colocado la etiqueta de malditos con afán marquetiniano. 
-El maldito es uno que tiene vocación de margen, de extravío. El maldito busca estar fuera de los cauces habituales por los que discurre la vida. Y no es el caso de Félix Francisco Casanova. Él es un malogrado porque lo que tuvo fue mala fortuna. Tenía mucho talento, es el tipo de poeta que desangraba por las manos escribiendo, pero eso no lo hace maldito, eso lo hace malogrado.
 
-¿Cómo diste con un personaje como Juan Crisóstomo de Arriaga?   
-Me gusta la música clásica. Un día leí una crítica sobre un concierto que hacia referencia a un chico que se llamaba Juan Crisóstomo Arriaga, bilbaíno y muerto a los 18 años. Y que en París había despertado muchos atenciones en los sectores más cultos. Me compré un libro y me puse a leer. Me pareció un personaje fascinante. Empezó a tocar el violín a los tres años, como Mozart. Cuentan que a los seis compuso su prieta obra, también como Mozart. Cómo es posible que un tío tan joven sea capaz de arrojar tanta luz y que por un mal zarpazo de la vida todo se vaya a la puta mierda. Son vidas acojonantes.
 
FullSizeRender(69)A la vez que el Lucas adolescente desbroza a los nuevos poetas que va descubriendo, monta una radio con parche pirata sufragado por su nuevo instituto, junto a un par de compañeros. Una mesa de mezclas barata y una antena con menos potencia que un vespino es suficiente para que el periodismo se le agarre fuerte a la pleura. El ronroneo se hace realidad cuando se matricula en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Y se verbaliza cuando empieza las prácticas en el diario El Mundo, periódico donde lleva casi 20 años. 
 
Entre esas dos tierras -poesía y periodismo- que se juntan y se separan, se bastardean, al joven Lucas ya le ha dado tiempo de tropezar con la librería Visor, “una estafeta de afectos”. Ahí es donde comienza su andadura por el filo de las estanterías de las que penden el corazón herido de bardos como Rimbaud. Y se zambulle en la poética latinoamericana de Vicente Gervasi, César Calvo, Blanca Varela, Alejandra Pizarnik, Rafael Cadenas, Nicanor Parra, Enrique Molina, Pablo Roca o Oliverio Girondo. Una geografía altamente dispar y enriquecedora que desagavilla fórmulas y lugares comunes en la cabeza de este pimpollo que ya empieza con la alquimia de mezclar información y poesía.
 
Vida de santos está dividido en tres partes, la segunda, Heterodoxas, está dedicada a las mujeres.
-La historia de la cultura del siglo XX ha sido escrita con el escroto. Y claro, eso se nos nota. Hay mujeres con obras extraordinarias. Mujeres que han sido principales a la hora de establecer un código moral y un código ético, o un código estético del siglo XX, y tienen muy poco eco a día de hoy. Al margen de que vivieron vidas fascinantes, dejaron obras fundamentales. El caso de Simone Weil o Anne-Marie Schwarzenbach es de mujeres a las que el tiempo ha dejado casi como una falsa generosidad de exotismo. Pero sus obras son lo suficientemente solventes como para que fueran ahora mismo un referente. Sin embargo, quedaron ahí en una especie de pabellón de silencio.
 
-Es muy llamativa la capacidad de resistencia que tienen estas mujeres. 
-La vida de Anna Ájmatova es feroz, por poner un ejemplo. Estas mujeres fueron capaces de aguantar los embates de la vida, y además escribían, cantaban o lo que hiciera cada una. La vida de Billie Holiday es devastadora. Es una mujer violada por un familiar a los 8 años. Trabaja en un burdel limpiando palanganas. Después su madre la pone a trabajar en otro burdel cuando llega a Nueva York. Vuelve a ser violada, apaleada, vejada, humillada. Joder, y sin embargo, cuando la oyes cantar y sabes algo sobre su vida, notas las filtraciones de ese infierno.
 
FullSizeRender(70)Como el que acostumbra a mirar por la ventana para ver qué tal anda la mañana, al autor de Los mundos contrarios (Visor, 2009) le gusta pasarse todos los días por el periódico y sentir la adrenalina, acariciar el jaleo, perfumarse con la poca atmósfera canalla que queda en estos espacios asépticos que son ahoras las redacciones. Lucas explica, echando el cuerpo hacia delante, con voz gruesa y eréctil, que otra cosa no, pero que trabajador es bastante. Que le gusta el lío y enredarse con la manigua de la información, y de la vida. Por eso intenta escribir mucho, en distintos géneros, buscándole las cosquillas al fracaso para que cada texto le genere una sensación de vértigo y, a ser posible, de mejora. Sin perderle el respeto a la página en blanco, apunta. Y como queriendo ratificar con pruebas fehacientes sus palabras, cuenta que este verano estuvo en Grecia de vacaciones con su pareja, también periodista. Allí le pilló el corralito, las elecciones y pudo ver en primera línea cómo se desangraba la sociedad griega. No lo dudó. Encendió la grabadora y se puso a escribir y a a mandar crónicas a su periódico mientras el cielo derrochaba días felices de playa.  
 
-La tercera y última parte del libro la has titulado Vidas revueltas. El acercamiento es diferente, son personajes contemporáneos a los que has conocido de primera mano, a muchos de ellos los has entrevistado. Manuel Agujeta, Antonio Escohotado, Carlos Oroza, Joan Colom, Arrieta, Sánchez Ferlosio… Tengo entendido que lo de Ferlosio fue antológico.
-Ferlosio me parece el más punk de los escritores españoles. Estaba muy interesado en conocerlo. Y una amiga nos puso en contacto. Le dijo que le escribiera una carta y que contara en ella qué es lo que quería. Me advirtieron que no le gustaba el halago. Tampoco había que hablarle nunca de literatura. Le escribí una carta, y dos, y tres, y ocho, y nueve. Hasta doce. No contestó a ninguna. Pero al año me llama esta amiga y me dice que Ferlosio le ha dicho que lo llame a las 17h. Así que lo llamé. [Pone voz de Ferlosio]
-Don Rafael, soy Antonio Lucas.
-Sí, cuénteme…
Quedé con él en su casa, en la antigua casa del portero que le sirve de estudio. Me dijo que me había comprado unas cervezas, pero me sirvió vino. Estuvimos más de tres horas. Después nos fuimos a un bar cercano en su barrio. Aprendí mucho aquella tarde. Al otro día me llamó a la redacción y me dijo que si quería acompañarlo a tomar unas cervezas. Lo dejé todo y salí pitando en un taxi. Pero es que al día siguiente, me vuelve a llamar con la excusa de que quiere matizar unas respuestas. Me metió una chapa de 15 minutos en latín. Me divertí mucho con aquella entrevista. Ferlosio es un hombre sin más límite que los que pueda poner su extremada inteligencia.
 
Un cielo plomizo cubre Madrid. Antonio Lucas tiene aparcada afuera una vespa de mediana cilindrada. Se va como llegó, con el pelo un poco a lo loco. Gabardina. Zapatos de piel. Jersey de pico. Y una ortodoncia muy bien disimulada. Se despide, pero antes se compromete a venir a las sesiones de Los poetas son un asco. Me alegro, te llamo pronto, le digo. E igual que sale por la puerta, noto llegar en lento déjà vu este jirón de palabras:

«La primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre».

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