Lo que provoca madame Solario en la pequeña Caderabbia es lo mismo que me atrajo cuando la vi en las baldas de La Buena Vida: un nombre sonoro que no evita un misterio lleno de sombras. Cuando Bernard Middleton comienza sus vacaciones italianas en este pequeño pueblo se convierte en nuestra puerta de entrada a un mundo de aire apacible, pero cuyos personajes disimulan con la misma naturalidad con la que logran demostrar su estatus. Ahí, entre ellos, como un sol rodeado de planetas, Natalia Solario se convierte en la obsesión del hotel sin que ella lo pretenda; su modestia no es más que una de las caras de su frialdad, de su inmenso poder a la hora de mantener distancias y transgredir las normas sin que eso implique una claudicación de sus logros.
Toda la novela sigue este juego de luces y sombras en el que la tensión se basa en lo no dicho, en la oscuridad que poco a poco va descubriendo un terror mayor del que imaginaban las habladurías. Un libro cuyos giros, al igual que un vals, van acelarando los pasos hacia un final donde la luz arranca a los personajes su careta apacible y descubre a los monstruos que crecen de puerta para dentro.
Madame Solario es una novela de ambiente burgués que tanto disfrutaba Proust, un relato de misterios y de personajes turbios, con una protagonista cuya fuerza y poder supera a grandes mitos de la literatura femenina. Una historia intensa que consigue atraparte en las redes sin que sepas dónde descansa el misterio ni a dónde te lleva el camino que, con tanta tranquilidad e inconsciencia, habías emprendido al cruzar sus guardas.