Antes del frío, una tarde de octubre, un sol que se escapa, un Madrid algo confuso. En la librería, la justa dosis de silencio. La Olivetti Lettera 32 sobre la mesa, una antigualla del pasado a la que sin embargo muchos se acercan con dedos inexpertos para escribir frases sin dueño. «Qué café tan bueno», ha tecleado alguien. No es precisamente esa asociación la que hizo Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993), pelo negro y largo, ojos grandes y oscuros, nariz elegante, cuando entró en una cafetería de Seúl. Allí la joven escritora vio algo que la empujó a escribir Dog café, una primera novela que pivota sobre la soledad no siempre buscada.
Pregunta- Dog café es una metáfora sobre los enfermos de soledad, ¿cómo surge la novela?
Respueta- Mientras estaba con la beca en Seúl, fui a una cafetería que me impresionó bastante. Era un lugar donde la gente iba a tomar algo, pero sobre todo iban para que los perros que allí había les dieran cariño. Entonces pensé que a las personas se les acaba muy pronto el amor, pero a los perros no. Además los perros que vi allí no parecían querer estar. Era como un zoo, lo que todavía era más triste aún.
P- Aunque la soledad ha sido un tema ampliamente tratado en el arte, algunos medios han hablado de tu novela como un libro generacional, relacionándolo con los millennials. ¿Crees que la irrupción de las tecnologías en la vida doméstica ha provocado una aceleración de este proceso?
R- Si está encasillada en la generación millennials es porque la protagonista es joven, y además la escritora es joven, y trato temas contemporáneos. Con respecto a las tecnologías, pienso que a pesar de la conexión a lo que estamos expuestos, cada vez nos sentimos más solos. En las redes sociales podemos encontrar textos e imágenes, pero detrás no hay nada más.
P- Además de la soledad, en Dog café orbitan temas como la violencia y el aborto, ¿qué te atrae de ellos?
R- Lo que más atrae de la literatura son los personajes que viven en la sociedad pero se sienten al margen, los desplazados. Yo me he sentido muchas veces así. Hay algo cruel, sórdido e incómodo en ello. Escribo para crear sensaciones en el lector. No me gusta escribir sobre algo que no me emociona, porque creo que al lector tampoco le emocionará. Hay una frase de Annie Ernaux que dice: “Siempre quise escribir libros de los que costara hablar”. Esa es mi intención.
P- El suicidio es otro tema que abordas en la novela, ¿cómo afectó en ello tu experiencia en Corea del Sur, un país con una tasa de suicidio tan alta?
R- A mí el suicidio me parece un tema artístico muy bello. Cuando salía con gente de allí les preguntaba. Todo el mundo con el que hablaba tenía un pariente o una amigo que se había suicidado. Recuerdo que no lo decían con incomodidad. Lo tenían tan normalizado que no les costaba hablar de ello. Y era eso, hablar de algo tan íntimo, lo que me seducía. Era triste, pero para una novela, muy interesante.
P- Várez, la protagonista de Dog café, vive con una angustia existencial desde la infancia.
R- En la infancia se venera mucho el que no hagas sufrir al niño. Pero el niño tiene que sufrir para ser. No digo que los padres tengan que hacerlo sufrir, pero no puedes criar a un niño en una pompa de jabón. Esa sobreprotección que hay ahora antes no existía, y eso es lo que nos hace débiles. Un personaje es atractivo cuando le han pasado cosas. Me gusta la literatura de vida, la que me cuenta tanto lo bueno como lo malo. Y creo que la infancia es un período que determina todo. La infancia te persigue.
P- Várez disecciona sentimientos y afectos con gran precisión. Como mujer y escritora, ¿crees que el género condiciona la manera de escribir?
R- No me parece que sea un condicionante. Hay novelas que están escritas por personas muy contrarias a la voz narrativa que proyectan y son increíbles. Siri Hustvedt lo hace. Iban Petit tiene una novela de tres mujeres de distintas generaciones y plasma la voz narrativa de cada una de ellas my bien.
P- Quizá tenga que ver con la relación tan fuerte que hay en la actualidad con la literatura del yo. Supongo que te han preguntado con ingenuidad cuánto hay de biográfico en Dog café.
R- Sí, y me molesta un poco. Creo que ahí se cuestiona la capacidad de ficcionar de la mujer. Yo creo que cuando escribes no puedes evitar escribir sobre cosas que te han pasado. Aunque hay muchas maneras de hacerlo, y en muchos casos lo haces de forma sutil, con un detalle que no ha significado nada o un acontecimiento que te ha marcado. Esa es la ambigüedad de la literatura. Si eres buen lector estás por encima de eso.
P- Várez es una mujer muy analítica, bastante eficaz a la hora de separar el amor, la familia y la amistad, como si fueran compartimentos estancos.
R- Sí, es verdad que es una mente muy analítica. La vida adulta es eso, juntar los tres planos. Y eso es de lo que escapa la gente joven, normalmente. Várez busca la soledad de la mujer hecha a adrede, buscada. Tejiendo sus propias circunstancias. Con la idea de que cada cosa tenga su espacio. No como el modelo que nos intentan instaurar, esa vida modelo arraigada como un sueño a alcanzar.
P- También es una mujer de contradicciones. Por un lado defiende el modelo de mujer independiente y con éxito, admirada por su trabajo. Y, por otro, sueña con el amor romántico y duradero que la lleva a una vida convencional.
R- Eso viene por la novela de Marguerite Duras, Escribir, donde habla cómo se consigue la soledad. La idea que plantea es la de deshacerte de lo que te molesta y ser valorada por lo que eres y no por lo que te rodea. A la madre la rodean los hijos. La figura de la mujer siempre la define algo de lo que la rodea, y no ella misma. En cambio, la figura del hombre es algo individual. Marguerite solo necesita una mesa y una silla para ponerse a escribir. Renuncia a todo. Y eso es muy evocador.
P-Es una mujer que renuncia al amor.
R- Sí, renuncia a él. Es la idea de que el amor no es para tanto. Aunque de eso, la protagonista de Dog café, se da cuenta más tarde.
@cercodavid es David García Martín