Espejismo 38

Espejismo 38
Kjell Westo – Nórdica Libros, 2016

Thune, nuestro protagonista, es un abogado de origen sueco al que su mujer ha abandonado por su mejor amigo.

Es Finlandia 1938. El país ha sofocado sus propias revueltas bolcheviques creando campos de concentración donde internaron a los rebeldes y ahora disfruta de una paz tensa mientras Hitler va atrayendo a clases medias burguesas con su estética y aspiración al “orden”.

Matilde, su nueva secretaria ha sobrevivido al internamiento en un campo de concentración. Partida en dos, con problemas psicológicos y un desdoblamiento de personalidad, se debate entre el amor y la esperanza y la imposibilidad de dejar atrás su doloroso pasado y la necesidad de vengarlo.

El abogado es un hombre racional, un demócrata, va percibiendo cómo los suyos, su clase, sus amigos, van cayendo en el pozo de los cantos de sirena de los nazis, no queriendo ver lo que esconde esa llamada al orden, ese desprecio por el diferente, que él siempre valoró en uno de sus amigos, artista judío, ahora internado en un psiquiátrico al no poder aguantar lo que está viendo ocurrir en Alemania y ahora aquí, en una Finlandia libre hasta ahora.

Aunque el costumbrismo burgués frena la entrada en la novela, los complejos perfiles psicológicos de los personajes y la sutil manera de contar desde diferentes puntos de vista el estado de una sociedad de entreguerras, la convierten en una novela mayúscula, aunque esté ambientada en territorios no tan trillados como Finlandia, pero muy interesantes por su situación geopolítica en la época, que aún hoy define sus diferencias con el resto de Europa.

Y para muestra de su nivel, dos pequeñas muestras:

“El momento presente despedía un hedor ancestral, Thune sospechaba que era el hedor del sacrificio inminente.
Cuando era joven y estudiaba derecho, brotaba por doquier la creencia de que las personas que habían sido simples súbditos estaban convirtiéndose en ciudadanos mayores de edad. Por fin, se decían unos a otros; y aquella sensación se había extendido casi por toda Europa, era parte de una objetividad nueva, del agotamiento que había seguido a la gran matanza humana.
La gente desconfiaba de la guerra como el contrario, decidió creer que el ser humano podía cambiar.
Ahora, en cambio, se les exigía otra vez un odio ardiente contra enemigos reales e imaginarios.
Ahora se les exigía amor incondicional por una patria mítica, feminizada, un amor tan ciego e irremediable como el que profesa el topo a su madriguera.
La virgen Finlandia. La madre Suecia. Los lemas de los nazis sobre la mujer como la principal preservadora de la herencia genética alemana. Y qué presencia se intuía cuando Stalin reclamaba realismo artístico y hazañas industriales, si no la presencia de la madre Rusia, a la que Lenin se había esforzado por enterrar?
Qué otra cosa podía significar, sino que, una vez más, volverían a sepultar bajo tierra los cadáveres de millones de jóvenes junto a los campos de batalla, tan cerca de la superficie que las ciudades olían a cadáver décadas después? La cuestión era simplemente dónde y cuándo empezaría el sacrificio” pag. 105

“la vida y los viajes y, sobre todo, los encuentros con otras personas, le habían enseñado que incluso los llamamientos a la lucha y los lemas más legítimos y sensatos en apariencia podían ocultar otra cosa. Y esa otra cosa, en el mejor de los casos, no era más que una impaciencia perfectamente comprensible, y la rabia por lo imperfecto del ser humano y de la vida en sociedad. Y la impaciencia había servido muchas buenas causas a lo largo de la historia, porque los jóvenes advertían por lo general la hipocresía y la podredumbre existentes en el mundo que los mayores habían construido
y con el que tan codiciosamente se habían llenado los bolsillos.
Pero, por desgracia, también existían fuerzas reprimidas que, al expresarse libremente, constituían una amenaza a la convivencia pacífica de las personas. Esos lemas estaban en ocasiones preñados de un deseo extático de pureza, un deseo tan abstracto que quienes lo perseguían no podían describir en qué había de consistir esa vida pura, sólo qué elementos sucios querían eliminar. O bien eran consignas cargadas de un deseo igualmente impetuoso de victorias incontestables, completas, y esas dos clases de deseos habían conducido al hombre en distintas épocas y circunstancias a abandonar sus instintos democráticos y ceder al desprecio y al odio de sus semejantes.” pag. 280

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