Los niños muertos

Los niños muertos
Richard Parra- Demipage

Al leer a Richard Parra no pude evitar evocar lecturas de juventud que me impresionaron como el Delibes de “Las ratas” o el Luis Martín Santos de “Tiempo de silencio”. Son otros tiempos, un océano de distancia geográfica y social y, sin embargo, la violencia que rodea a los personajes, el cuidado en el vocabulario, la mirada empática para la inocencia que se pierde tan pronto en la miseria las hace hermanas.

Pero esta versión limeña del camino de “superación” del entorno rural al suburbio urbano, de la brutalidad del campo a la violencia radical y barata, de la infancia a la vida de adulto sin posibilidad de elección, eleva varios enteros el nivel de lectura para miradas sensibles.

El trayecto de Daniel desde una infancia inocente que dura bien poco, rodeado de una violencia que parece evitar por instinto natural, hasta apretar un gatillo, como diría Bush, de forma preventiva, es un paseo por los bordes de las carreteras, las chabolas, las casas precarias construidas sin pensar en la fatiga de los materiales, para una vida que no tiene en cuenta tampoco, la fatiga a la que se somete la ilusión, el corazón, la esperanza y que acaba produciendo un derrumbe humano y material, en una sociedad que tiene barrios que cada vez cuesta más traspasar, fronteras no físicas pero con cuchillas igual de cortantes.

Una lectura empujada sin aliento, por una escritura naturalista pero con mucho cuidado por el detalle y la verosimilitud y que pasó la prueba del algodón de la lectura de párrafos a una clienta peruana asidua a La Buena Vida que dijo, literal: “no puedo leerlo, así hablan, así, es como si lo viera delante de mí.” Literatura de impresión.

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