«El hambre es un problema político»

FullSizeRender(68)Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), además de alto, viste una corpulencia considerable. Cabeza de perfil griego, mirada desafiante. El contrapunto y la diferencia lo pone un denso bigote que desde hace años es marca de la casa. Acepta un café expreso, como si su intención no fuera otra que la de entrar en el minutaje de la mañana. Ha venido a La Buena Vida para hablar de El hambre (Anagrama, 2015), uno de sus libros más ambiciosos. Con más de 600 páginas, este ensayo/crónica/gran reportaje busca acotar, poner nombres, rostros, cifras a este problema global. El autor de El interior (Malpaso, 2014) prefiere no poner etiquetas a esta gran enciclopedia de la vergüenza. Aunque con una leve sonrisa explica que le gusta pensar en él como un manifiesto, igual que aquellos que agitaron las conciencias en el siglo XIX.

¿Cúando y por qué se te ocurre escribir un libro como este?

Empecé a pensar en el libro porque llevaba 25 años escribiendo sobre temas sociales. El hambre estaba muy presente en todos, pero nunca lo había tratado en primer plano. Durante un tiempo dudé en cómo hacerlo, hasta que decidí ir a ocho o diez lugares y escuchar a las personas que pasaban hambre. Pero no existe un hambre, sino muchos tipos de hambres en cada uno de esos lugares. La idea de base era que cada uno de los lugares me permitiera contar y poner en escena una forma distinta del hambre, es decir, mostrar un hambre que se produce por distintas causas, o que funciona de diferentes maneras. Esa fue la idea de base.

Sin las historias de las personas a las que entrevistas habría salido un libro de datos, con el peligro que eso conlleva.

Sí. Decidí contar historias de vidas y poner negro sobre blanco cómo es no saber si vas a poder comer a la mañana siguiente. Estaba convencido de que esas historias se tranformarían en una especie de pornografía de la miseria si no trataba de entender por qué pasa lo que pasa. Coordinar bien las historias vitales por un lado, la de las personas. Recurrir a datos más globales. Y hacer un análisis por otro era la idea, para que al juntar esos tres elementos no quedasen historias lacrimógenas ni informes ultrafríos.

En diversas ocasiones destacas que somos 7.000 millones de personas en el mundo. Y que si hubiera voluntad política todos tendríamos alimentos.

Para mí es un dato decisivo. Durante milenios se dijo que la tierra no producía lo suficiente como para alimentar a todos sus habitantes. Esa era una excusa para que muchos se quedaran con hambre. Era la coartada. Desde hace más o menos 30 o 40 años no es así. Es uno de los cambios de la historia de la humanidad. Por fin el planeta es capaz de nutrir a todos sus habitantes, pero que sea capaz de ello no siginifica que lo haga. Sigue habiendo 1.500 millones de habitantes ricos que comemos tanto que hace que otros se queden sin comida. Por primera vez el hambre es un problema político, de concentración de riqueza y alimentos en mano de unos pocos: nosotros.

Aunque a casi nadie le importe, es la china en el zapato del sistema capitalista.

Un sistema se define por su capacidad para explotar todos sus recursos. Si yo soy gerente de una fábrica y tengo más de la tercera parte parada, me despedirían porque se supone que tengo que ser capaz de hacer funcionar todos mis recursos. El capitalismo global es incapaz de explotar a estos hambrientos, porque ha habido cambios técnicos y políticos que los han dejado fuera del sistema. No terminan de morirse de hambre porque de vez en cuando les mandamos una bolsa de comida. O como dice el Programa Mundial de Alimentos: para que no avancen más sobre Europa o no se conviertan en terroristas.

Sostienes que hay gente que no come porque hay otra que come demasiado.

Nosotros comemos tal y como lo hacemos ahora porque hay gente que no come. Cuando tú comes un kilo de carne, se necesitan diez kilos de cereales. Si a cada uno le corresponde uno, de esos diez kilos hay nueve que no pueden comer su kilo de cereales. Ahí está la concetración, la manera en la que está organizada la circulación y el consumo de alimentos. Si todos quisieran comer como lo hacemos tú y yo, el mundo reventaría. El sitema exige la marginalización de unos para que otros puedan vivir razonablemente.

En el libro explicas que el hambre es, además, un herramienta de poder y de control donde la religión juega un papel importante.

El papel que ocupa la religión en el hambre es decisivo. No he encontrado hambrientos ateos. Los dioses y las creencias más brutales son las hindúes, porque además de hambrearte te convencen de que ocurre por tu culpa. Te dicen que si ahora lo estás pasando mal es porque en otra vida pisaste el mosquito que no debías y ahora lo tienes que pagar. Los dioses monoteístas son menos crueles en ese sentido, pero también dicen que si pasas hambre es porque dios lo ha decidido. Sucede que en medio de ese contexto ves que, debido a las creencias religiosas, hay personas que llevan vidas de lo más antinatural que puedas imaginar. Un buen dios te diría: bebamos juntos, seamos amigos. Pero los dioses en general no dicen esas cosas, si no no serían dioses, sino amigos del barrio.

Has viajado por diferentes países del Sahel, por Argentina, por Estados Unidos y por India, a la que le dedicas bastante espacio en el libro.

La India tiene esa hambre sorda y continua que no se ve y que no puede salir en ningún noticiero, pero que tiene efectos aterradores. Muchos de sus ciudadanos vienen pasando hambre desde hace generaciones. Esto da lugar a que hay personas que no alcanzan el nivel de desarrollo óptimo y son incapaces de salir de esa situación. Esto ocurre en un país con un gran desarrollo, lo cual demuestra que el desarrollo puede ser muy fácilmente desigual. Martia Asen suele decir que una de las formas más eficaces para acabar con el hambre es la democracia, aunque su país es el ejemplo de que no tiene por qué ser así.

FullSizeRender(65)La democracia no es una garantía de que sus ciudadanos puedan vivir con dignidad.

Ha habido una fetichización de la democracia tendente a hacernos creer que no sólo es una forma de representación política, sino que también es un sistema que cumple con las exigencia de justicia social e igualdad económica. Pero se ha demostrado que la democracia no cumple con eso, para nada.

Tampoco estás de acuerdo con la visión de la pobreza de Teresa de Calcuta.

Me parece nefasto casi todo lo que hizo Teresa de Calcuta. Recuerdo una frase sobre la belleza del sufrimiento de los pobres. Quien ve belleza en eso es… (Caparrós acerca sus dedos en pinza al bigote y más que mesárselos parece que se los fuera a arrancar, riza con insistencia sus puntas como quien espera argumentos de futuro).

Dependiendo del país, el hambre también es un problema de género, las mujeres lo pasan peor que los hombres.

Cuando tienes que hablar con alguien de estas historias, casi siempre es con una mujer. Ellas son las que están en la primera línea. Y luego está el hambre de género que existe en India y China, que consideran que si no hay comida suficiente, la que no come es ella, la mujer. Hay una justificación arcaica. Se supone que los hombres son los que trabajan el campo y el momento en el que ellos no estuvieran faltaría la comida. Pero eso no es del todo cierto, porque en muchos casos las mujeres también trabajan. De ese argumento se aprovechan los hombres. La primera vez que escuché hablar de esto fue con un chino al que entrevisté. Me contaba su infancia. Cuando no había suficiente comida, me decía que sus tres hermanas no comían y se lo daban a él. Yo le pregunté si sus hermanas no se enfadaban, y él me decía que no. No entendía por qué se iban a enfadar sus hermanas por algo así. Es algo que está tan integrado en sus vidas que lo ven como algo normal.

En Chicago te reúnes con Leslie, un broker que te muestra en qué consiste el juego de la bolsa. Para él no supone ningún tipo de dilema moral saber que su trabajo produce cambios de precio en los alimentos que tienen consecuencias devastadoras en alguna esquina del mundo.

Me interesó ir a la bolsa de Chicago porque allí es donde se fijan los precios de la materia alimentaria. Quería ver cómo funcionaba ese lugar de especulación financiera que define los precios de la comida en el mundo. Hablé con brokers de corredores de bolsa cuyo trabajo consiste en aumentar o disminuir precios para buscar el beneficio. Aquello es una especie de mundo cerrado. No quieren pensar que cuando ellos consiguen que la cotización de maíz suba un 10%, a los tres días va a haber miles de campesinos egipcios que no van a poder comprar el pan. Eso a ellos no les importa mucho. Pero es que además están satisfechos porque están haciendo bien su trabajo, están ganando dinero para sus empresas. El hecho de que eso deje a gente sin comer es un daño secundario del que ellos no tienen por qué preocuparse. Casi todos son hombres.

Hay una frase que atraviesa el libro como un mantra: «¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?»

Tengo varias intuiciones de respuesta, el hambre es siempre algo que les sucede a otros y que además se presenta como algo insoluble que, si se va a solucionar, lo va a hacer siempre otro. Y la soluciones van a ser medidas técnicas y no políticas. Cuando la única respuesta es encontrar qué forma política puede llevar adelante una manera moral de la economía que consista en que todos tengan suficiente y nadie tenga demasiado. Esto, dicho así, parece una idiotez. El problema es conseguir la forma política que permita establecer esta manera moral de la economía. Como no lo sabemos preferimos mirar a otro lado y seguir viviendo, aunque sepamos que pasan estas cosas.

@cercodavid

Un comentario en “«El hambre es un problema político»

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