Dentro de un poema de Vicente Valero

Valero4

Fotos: Paloma Tur

La casa de Vicente Valero Marí (Ibiza, 1963) se asienta tras una gran montaña al noreste de la isla de Ibiza. Si no aciertas a tomar la carretera de tierra adecuada, corres el peligro de perderte en uno de sus poemas contemplativos y boscosos. Los pinos son los únicos vecinos de la zona. Hay un perro que ladra casi por impostura a los pies de un almendro. El verde es tan intenso que las pupilas se ahogan.

Mientras muestra la casa de planta payesa, Valero explica que apenas recibe visitas y que si existe vida literaria en Ibiza, él no la conoce. “De vez en cuando viene a verme Ben Clark”. A su estudio de trabajo se lo comen los libros. En el pasillo, más estanterías. Al fondo del salón dormita una chimenea desconsolada. Nos sentamos en el porche, donde un gato anaranjado se entremete entre las piernas como una flama suave y caliente.

Vicente Valero luce en sus ojos el color del Mediterráneo y su voz la apuntala un leve acento isleño pitiuso. Habla sobre la estancia de Walter Benjamin en San Antonio de Portmany, del proyecto de investigación para un ensayo y de las fuerzas irracionales que empujan a escribir poesía. El tono animoso toma otro temple cuando aborda El arte de la fuga (Periférica, 2015), el último trabajo en el que ha escrito sobre tres momentos puntuales de tres de sus escritores insignia: Juan de la Cruz, Friedrich Hölderlin y Fernando Pessoa.

Son como mis familiares literarios. Son poetas que he trabajado mucho y conozco bien, creo. Busco un episodio pequeño pero relevante de la vida de cada uno de ellos y lo desarrollo. No se trata de contar la vida de cada uno.

Valero3Con siete libros publicados de poesía y un premio Loewe (2007), cuando se refiere a su anterior trabajo, Los extraños (Periférica, 2014), y a El arte de la fuga, no le gusta encasillarlos como relatos o cuentos, sino que prefiere referirse a ellos como textos. Ni siquiera habla de ficción, sino de hipótesis. A los dos libros, explica, “les une la misma secuencia narrativa, la misma manera de contarlo y, también, que hablo de vidas”.

¿Qué tienen en común estos tres poetas de épocas y estéticas tan diferentes?

Los tres llevaron la poesía hasta un extremo e hicieron de ella un lugar fronterizo con el pensamiento. Los tres hicieron de su propia lengua algo nuevo. En San Juan está más claro, es el primero que le da una experiencia amorosa y sexual a un hombre y una mujer. No hay ningún poeta que haga eso en el siglo XVI. ¡Y es un fraile!

Como un científico de la belleza, en el segundo texto, Valero plantea la hipótesis de una ruta alternativa de un viaje que Hölderlin hizo medio enloquecido cruzando parte de Francia. “Es una peregrinación hacia la locura, porque solo en la locura puede celebrar aquello que lleva celebrando: la superioridad moral de los antiguos, los dioses griegos, el helenismo… todo aquello que le importa”.

En esta gradación de fugas espirituales, el poeta ibicenco narra la noche epifánica en la que se le aparece el genio de Alberto Caeiro, jefazo de sus heterónimos, a un joven Fernando Pessoa. Un Pessoa moderno e irónico, hijo de la incredulidad y el realismo del siglo XX,  hace de contrapeso con sus juegos de desdoblamiento a toda la carga de trascendencia mística y romántica que arrastran Juan y Friedrich.

El poeta no está acostumbrado a que le hablen del estilo. Él lo llama “una manera”. Y esa manera con la que ha ido plegando las sábanas de sus textos pretende que tenga el bordado de una “narración de viva voz”. Una prosa que cuente, no que entorpezca. Un argumento, sí; pero que sea la forma, y no la historia, la que ordene. “He escrito párrafos que tienen más o menos la misma longitud. Cada pequeño texto lo trabajo como un poema”, explica.

A la celebración de El arte de la fuga se le une la publicación de Canción del distraído (Vaso Roto, 2015).  Si a este Thoreau mediterráneo no le convencía ninguna de las fórmulas que le ofrecían para volver a publicar su poesía, sí le apetecía, en cambio, repensar lo escrito hasta ahora. Reordenarlo todo y tensarlo con los alcoholes de la lengua. Gravitar de nuevo las experiencias. Hacer de lo viejo algo nuevo. Ahormar bosques, ríos y oquedades, y toda esa naturaleza que se precipita en sus textos. Canción del distraído es un nuevo poemario en todos los sentidos. También el libro del que más orgulloso se siente Vicente Valero.

Valero1000
Hay poemas que no he incluido era porque he pensado que no participaban del espíritu de este libro.

¿Cuál era ese espíritu?

El espíritu de una poesía contemplativa. De una poesía que pretende participar de aquello que ve y que siente. Y que trata de poner un lenguaje a mi perplejidad ante la naturaleza, ante el estar vivo… ante el amor. Ante todas esas cosas que todavía me resultan milagrosas.

Me llama la atención que sale en diferentes ocasiones la figura del ahogado, ¿has visto a muchos?
 
He visto unos cuantos. De niño estabas en la playa y sacaban a la arena a un hombre hinchado como un botijo. Recuerdo a algunos compañeros del colegio que sus padres se habían ahogado trabajando en el mar.

Vicente Valero es un poeta contemplativo. Observa las cosas, la naturaleza, casi que se expande mimetizándose con ellas. Habla de Madrid y de los amigos poetas que le gusta que lo acompañen cuando presenta algún nuevo libro. Fantasea con el postre del restaurante italiano al que le gusta ir a comer, muy cerca de La Buena Vida,  cuando va a visitar a su hijo. Se levanta y trae un limoncello, “de elaboración propia”, que exprime en tres pequeñas copas. Enciende un cigarro y clausura la tarde recordando los años en los que estuvo trabajando en prensa. De nuevo el gato con la cola de fuego. A estas alturas, el perro es un animal domesticado por una larga procesión de palabras.  

David García

2 comentarios en “Dentro de un poema de Vicente Valero

  1. Pingback: Las transiciones | La Buena Vida – Café del Libro

  2. Pingback: Las listas del 2015 | La Buena Vida – Café del Libro

Deja un comentario