Cómo aprendí a leer

reneCómo aprendí a leer
Agnès Desarthe – Periférica

Mi madre está de espaldas, preparando la cena, mientras yo le leo mis primeros cuentos en voz alta. No pierde de vista la comida, pero no se le escapa ninguno de mis errores de lector primerizo y enseguida me corrige cuando me equivoco. Yo repito incansable cada palabra errada hasta conseguir leerla de una sola vez. Estos momentos, que se repitieron a diario hasta que empecé a sustituirlos por las lecturas en la intimidad, son sin duda el inicio de mi pasión por la literatura.

Me viene esta imagen a la cabeza mientras leo a Agnès Desarthe porque es inevitable no volver a la infancia mientras la autora rememora, paso a paso, cómo aprendió a leer. En su caso el amor por la lectura no fue, ni mucho menos, a primera vista, hasta el punto de que en las páginas iniciales incluso afirma sentir que “leer es tan cansino que me arriesgaría a contraer una melancolía patológica”. Sorprende esta primera decepción en quien acabará haciendo de los libros su modo de vida, pero enseguida entendemos sus razones.

La pequeña Desarthe no le encuentra ningún sentido a lo que lee. No es que no sepa lo que significan las palabras, sino que éstas, aunque escritas en su idioma, no consiguen transmitirle lo que el autor quiere decir. Le falta la conexión entre lo escrito y el mundo que existe en su cabeza. ¿Les pasará lo mismo a los que dicen aburrirse con los libros?

Entonces aparece el eslabón que le faltaba, lo “verdadero falso” se hace hueco ante lo “falso verdadero” y se incia un camino que ya no tendrá vuelta atrás. A partir de aquí, vivimos su afición a la lectura, sus inicios en la escritura y acabamos descubriendo los secretos del mundo de la traducción a través de los títulos que más importancia tuvieron para ella.

“Singer no considera que el escritor tenga otro poder aparte de “distraer un momento al lector del desastre humano”, afirma la autora en un momento del libro. Desde luego el desastre humano es cada vez mayor, así que en La Buena Vida decidimos hace ya mucho tiempo refugiarnos en los libros, aún a riesgo de contraer esa melancolía patológica que, al fin y al cabo, tampoco parece algo tan terrible.

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