araña, cisne, caballo
Menchu Gutiérrez – Siruela
Salir de casa sin un libro me parece un desproprósito. Me molesta escuchar a la gente que dice eso de que se ha olvidado la novela en la oficina o en casa. Creo que preferiría salir a la calle descalzo que sin algo que leer. El metro, el bus, la sala de espera del dentista o la cola del supermercado son esos lugares a los que se les puede robar unos minutos para avanzar algunas páginas. Es más, hay gente que no tiene más que esos no-lugares para hacerlo. Quien quiere leer tiene que aprovechar momentos aparentemente vacíos o de soledad. También, cuando he conducido, he aprovechado atascos y semáforos en rojo para leer. En los coches he hecho otras muchas más cosas que no procede contar aquí. Cuestión de gustos, de adicciones.
Hace unos días crucé Madrid de una punta a otra para descambiar unos zapatos -odiosa tarea, aunque no conducía, iba en transporte público- y llevaba Araña,cisne, caballo, un libro al que le había echado el ojo y una amiga me había advertido que podría gustarme. Una vez con él, me fue difícil encasillarlo, ya que no es novela, pero tampoco poesía. ¿Prosa poética, lirismo desbocado, como todos esos animales que la autora abandona en las páginas para crear un jardín excelso, un zoológico aunado en una sola voz, a veces crudo y fantasioso, y rico en imágenes? Este libro te transporta a un mundo paralelo, que uno no sabría situar exactamente, porque cuando pareces intuirlo, te sorprende, para colocarte frente a situaciones y experiencias muy alejadas de los lugares comunes.
Empezar a pensar en medio de la nada. A partir de un cero de tierra, de un cero de aire, de un cero de agua. Sumar esos ceros y ver cómo, incomprensiblemente, nace una inmensidad desordenada de granos de tierra, de partículas de aire y de gotas de agua. Ver cómo la inmensidad se puebla de animales y recuerdos. (39)
Menchu Rodríguez le roba escenas a una vida en brumas como quien roba manzanas en un paraíso perdido u olvidado. Leones, cebras, lirones que duermen enroscados, cuervos, pezuñas, reptiles, el elefante como un “interrogante gris”, domadores, cabras que me han hecho recordar a la novela umbraliana de Alma Mahler, entre otros, son algunos de los personajes que pueblan sus páginas.
Mientras atravesaba el Madrid lluvioso en busca de los zapatos que en este momento llevo puestos, la voz narradora iba apoderándose de todo, hasta que me vi envuelto en esa fina lluvia de palabras, absorto, imbuido por fogonazos de fragmentos bellos y crueles. Al final -no se asusten, no es un spoiler, aquí Menchu Gutiérrez apuesta por una historia alejada de las clásicas- la autora hace un ejercicio literario que muestra las costuras de la escritura, en un juego de acumulación y lucidez donde nos enseña cómo levantar un muro con palabras. Acabé el libro casi llegando a casa, como si éste hubiera intuido la distancia de mi viaje.