La muerte del padre

La muerte del padre
Karl Ove Kanausgard – Anagrama

(Cuando observaba a mi padre) esa tarde primaveral a mediados de la década de 1970, lo hacía en un mundo que mi padre conocía y con el que se sentía familiarizado. Hasta que alcancé su misma edad, no comprendí que  también había que pagar un precio por eso. Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones, lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta … El sentido requiere plenitud, la plenitud requiere tiempo, el tiempo requiere resistencia. El conocimiento es igual a distancia, el conocimiento es estancamiento y enemigo del sentido. La imagen que tengo de mi padre de aquella tarde de 1976 es, en otras palabras, doble: por un lado lo veo como lo veía entonces, con los ojos del chaval de ocho años, imprescindible y aterrador, por otra parte lo veo como a alguien de mi misma edad, a través de cuya vida sopla el tiempo, llevándose consigo pedazos de sentido cada vez más grandes.

Estará a punto de salir la traducción del tercer volumen de la sexalogía Mi lucha del escritor noruego . Con cada volumen, ganará lectores, pues su obra no puede dejar a ningún lector indiferente. El esfuerzo y la proyección del mismo en seis tomos, es la única barrera. De cada volumen, que se pueden leer de forma independiente pero que, sin duda, forman un todo que como la quimioterapia tiene efectos acumulativos, habrá lectores enganchados para siempre. Cuando decimos enganchados, no usamos la palabra como se usa referida a una trama de novela policíaca que uno no puede dejar de leer pero que a la semana ha olvidado, sino más bien como un diagnóstico de hígado inflamado: puedes vivir sin acordarte de que lo tienes, pero si un día bebes, vuelves a ser consciente de que ya sabes de qué vas a morir.

Este extracto sirve de anticipo a una obra personalísima, en la que el escritor juega a observar con una lupa los momentos aparentemente más pequeños para dotarles de significado y a alejarse de tal manera que, como en este volumen la vida de su padre, puede trazar de un plumazo en una única línea que la define y contiene (al menos desde la mirada del autor) un algo inabarcable. El microscopio y la distancia,la introspección y la observación del mundo. Personalísima y genial.

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