El verano sin hombres
Siri Hustvedt – Anagrama
Sabemos que el cambio climático se está comiendo las estaciones intermedias, pero hay cosas que siempre seguirán igual aunque se derritan los polos.
Este es uno de esos libros que mira fijamente desde la mesa de novedades y reta al lector a que lo coja, al menos para descubrir si se trata de un nuevo cántico de autoayuda feminista o si bajo su título trampa hay algo bueno. Tranquilos, se trata de la segunda opción.
Gracias a Fernán-Gómez conocimos el momento adecuado para las bicicletas. Ahora Siri Hustvedt nos hace participar del descanso impuesto de Mia, tras caer en picado cuando su marido la deja.
La autora, harta como muchos de oír que las huidas son siempre hacia delante, pone a su protagonista convaleciente en un peculiar termalismo de mujeres y letras, una vuelta a los orígenes para despresurizar, donde la clave está en ese ir y venir mental, aturullado y multifunción de Mia, que sabe que una herida por mucho que lleve tirita no deja de existir, que se camufla para protegerse. Que espera reblandecida a que el agua, el jabón, los días, desinfecten, puedan con el apósito y, de paso, la piel asuma así una nueva muesca, otro recordatorio, de que la vida duele, pero no solo es eso, porque mientras y alrededor siguen pasando cosas.
Así, entre talleres de poesía para crías azotadas por la edad del pavo, conversaciones materno filiales, anónimos y vecinos nuevos, Mia logra ver quién es esa mujer madura a la que por mucho que se empeñe no deja de lloverle un hombre, como al resto de presencias femeninas que la rodean. Porque de lo contrario sería como dejar a Pixie dando la cara solo ante “Marditos roedores”. No estaríamos aquí. No habría historia.