Emaús

Emaús
Alessandro Baricco – Anagrama

Cuerpo y/o cabeza. Esa es la dicotomía inicial para vivir. Ya lo apuntaba Millás en el pie de foto del llanto de Ronaldo  el 27/3/11 en el País Semanal.
En principio, la cabeza reposa sobre el cuerpo, pero no nos engañemos, en cada parte hay un mundo con sus necesidades y sus dogmas. A veces hay suerte y ambas partes se comunican. Llegan a pactos. A una armonía circunstancial que permite seguir. Tomar aire. Despresurizar el paso de los días. Hasta aquí todo parece claro –nadie dijo que fuera fácil- pero entre el cuerpo y la cabeza, entonces ¿qué lugar le queda al alma para encontrarse en el mundo?
Entre ritmos de guitarras parroquiales, mucha observación y silencio, Baricco nos muestra cómo cuatro amigos dejan de ser críos perdiendo la fe. La virginidad, el amparo de la oración, la seguridad de los reclinatorios y las comidas bendecidas. El tiempo de los niños, en definitiva, para darse de bruces con la vida. Esa que sucede sin protección.
En Emaús la fe forma parte del peso de la costumbre, es una atmósfera que obliga a llevar siempre un impermeable cerca por si llueve, para evitar que el agua moje la piel y el alma no se arrugue, para que la cabeza no renuncie a seguir contándose milongas y pueda huir sin asumir la verdad, vendándose un poco más los ojos, sin querer escuchar al cuerpo gritar, sacudirse, pedir. No auxilio, sino paso.
La existencia de Andre acaba con ese control imposible de la emoción sobre la virtud. Surge lo inevitable. Los ojos de los cuatro amigos se abren atónitos, sus cuerpos desean, se dejan llevar, acariciar, conocer, y sus cabezas, la de cada uno a su manera, asumen que la fe es solo la confirmación de su pequeñez, la impotencia que a algunos les lleva a claudicar, es todo lo que queda por llegar aún a los que han decidido quedarse. La resiliencia.
Gran libro.

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