Jhumpa Lahiri
Traducción de Eduardo Iriarte Goñi
Salamandra, 2008

Creo que este libro es de los que pasan de mano en mano. Cuando lo termines se te ocurrirán varias personas que “tienen” que leerlo.
La manera de narrar de Jhumpa Lahiri me recuerda a cuando era pequeña y los domingos por la tarde mi abuela y mis tías se sentaban a hablar en la sobremesa. Hablaban de gente, de historias pasadas, de lo que les había ocurrido a aquella prima o a tal amiga, de sus matrimonios, de nacimientos, de muertos.
Nunca lo viví como un cotilleo, pues el énfasis no estaba en ridiculizar a alguien o en contar el chisme más jugoso, sino simplemente en desplegar historias de la vida real, contarlas bien, secuenciando la inevitable continuidad en la que estamos atrapados, para reconstruir un sentido en el tiempo.
Hilaban y deshilaban estas historias, observando otras vidas, aprendiendo de ellas, tal vez con la promesa de no cometer los mismos errores.

Las de mi abuela eran las que más me fascinaban, porque podían extenderse durante horas, atravesar un siglo, saltar de un continente a otro, repletas de saltos. Podía empezar con una mujer que había nacido en un pueblo de Extremadura y de repente cambiar al sobrino de ésta que había viajado a Cuba para ganarse la vida, y después sucedía que moría su hijo, y entonces la esposa de éste se volvía a España, etc., etc.
La conclusión de estas historias entrecruzadas nunca era del tipo moraleja clara. Era mas bien como que la totalidad de ellas tenían que tener algún sentido puestas en relación.
Venían a mostrar cómo es el amor, cómo es la amistad, cómo es la pobreza, cómo son las cosas según lo que hemos visto o nos han contado.
El interés de estas sesiones se mantenía en lo esencial, la pregunta básica era “¿y qué pasó?”. Uno tras otro, cada protagonista añadía un nuevo “qué pasó”, y a veces había que esperar a que desfilaran cuatro personajes antes de volver al primero para descubrir lo que había pasado.
Pues bien, así leo yo los cuentos de esta escritora inglesa de origen bengalí. Cada uno despliega una de esas historias, caminos de vida de personas “normales”, cada vida una aventura sin héroes ni grandes conclusiones filosóficas.
El amigo que me recomendó este libro lo relacionó con Natalia Ginzburg, y coincido en que ambas autoras comparten ese conocimiento de la vida que no se aprende en la escuela o la universidad, que tiene que ver con mirar las cosas desde un sexto sentido, el que utilizamos todos en mayor o menor medida para guiarnos por la vida.
Pero ninguna de las dos se olvida de los demás sentidos, porque saben que el sabor del té, el tacto de un sari viejo, o la visión de un teléfono que no para de sonar tienen tanta o más fuerza para desvelar sentimientos y emociones que largas explicaciones psicológicas sobre un personaje; del mismo modo que mi abuela sabe intuitivamente, que la mejor manera de contarme la guerra de España es formar en mi cabeza la imagen de una olla hirviendo mondas de patata o de una radio arrojada a un pozo.
Me los he leído con el ansia del “qué pasó” y del “por qué”.
Y me quedo con la sensación de que todos nuestros caminos han sido transitados ya, de que seguiremos entusiasmándonos con nuevos proyectos, emigrando para tener una vida mejor, llorando a los muertos, buscando el amor.
Y de que puede que esta vez, tal vez, tengamos más suerte que ellos, porque al menos ya sabemos lo que les pasó.
Pero no hay ninguna receta. P.