
En The Economist esta semana se hacen eco de las nuevas estadísticas sobre salud psíquica de adolescentes. El suicidio en Estados Unidos entre chicos de 15 a 19 años ha aumentado en un 31% de 2007 a 2015 y en más del 50% entre chicas. La correlación entre actitudes depresivas y el tiempo dedicado a las redes sociales parece contrastada de forma científica mediante ensayos con amplios grupos de control en estudios científicos serios bajo diferentes procedimientos y criterios.
En varios periódicos nacionales encuentro una entrevista con la directora porno autodeclarada feminista (y no lo digo con segundas sino porque es ella quien ejerce) Erika Lust, en la que presenta un proyecto educativo para jóvenes en relación al porno con el que intenta dotar de contexto y sentido al acceso masivo de los jóvenes desde incluso los 9 años pero masivamente desde los 12-13 al porno a través de los móviles en la inmensa mayoría de los casos, sin el conocimiento (deliberado, habría que decir) de sus tutores.
Los sábados se reúne un grupo de chicos en la librería entre las 16:00 y las 18:00 horas para compartir opiniones sobre libros, películas, webs, videojuegos, temas de interés social o político y acaban intentando plasmar sus opiniones en textos que van seleccionando hasta encontrar material que nosotros nos comprometemos a imprimir en formato revista en papel. Estamos a punto de sacar nuestro número uno de Zona Reservada en la que se puede colaborar presencialmente o enviando textos, ilustraciones o vídeos por correo electrónico. Sorprende a veces el grado de reflexión y profundidad con el que hablan de temas y las diferentes lecturas que comparten sobre películas o libros. Pero no son chicos ajenos a su entorno social, están perfectamente al día de los usos y costumbres de su generación.
Quizás, lo que les diferencie sea su grado de reflexión sobre las cosas que ven y escuchan, y un cierto sentido crítico y colaborativo que ponen de relieve en su participación en la revista. Quizás, sea esto lo único que podemos ofrecer, puesto que una librería emplea sus pocas energías en sobrevivir: un espacio físico y mental donde al menos se incite y valore la reflexión y disponga de sistemas de ida y vuelta en los que los jóvenes no solo sean meros receptores de información y creación, sino que sean requeridos para analizarla y racionalizar y expresar sus opiniones al respecto y, finalmente, expresarse artísticamente mediante sus propias creaciones.
Así que la librería para ellos no es una isla. Si acaso un refugio donde pasar un tiempo enriquecedor que les prepara para salir mejor a la intemperie, a la alta montaña, al frío inhóspito de una sociedad que va de evento en evento, porque es mejor no replantearse nada.