Los días raros
Ovidio Paredes
Trabe
Octavio vive en Oviedo. Tiene una vida de provincias que podría ser serena y apacible. Y aunque en realidad lo es, hay todo un mundo ahí afuera que lo aflige. Los días raros es un diario que encuentra en las cosas sencillas, en las pequeñas dificultades del día a día, su razón de ser.
La homosexualidad, las lecturas y el cine, la música, los recuerdos de haber trabajado en un librería, el anhelo por atrapar con palabras las tardes de lluvia, como si sus gotas se deslizaran como una sonata de Satie en busca de un oído que le preste atención, se desencadenan en estas reflexiones que cubren la primera mitad del año 2106.
Paredes despliega sensiblidad impresionista en cada trazo que esgrime. Sus comentarios por la enfermedad de su gata Francesca, la relación con su marido Íñigo, los paseos con su madre, los cumpleañso familiares, las injusticias que ve en el mundo, las impertinencias de los otros y sus temores, las traiciones, generan empatía por la sencillez y la honestidad que respiran.
No hace falta leer muchas páginas para advertir el carácter hedonista del escritor asturiano, siempre al acecho de un asiento en una terraza con un buen libro y, a ser posible, con un vino o un gin tónic. En oposición, asoma la sombra de la depresión por la que pasó el autor, y las desventuras que una persona puede sufrir por su condición de homosexual en un ambiente opresivo.
El escritor también ejerce de crítico en diferentes medios. También de poeta, aunque eso es otra cosa. Por lo que las lecturas se suceden y se engarzan. Son ese paquebote que lo salvan del tedio, de la rutina, de las largas horas de los lunes al sol. Los comentarios de libros van de allá para acá, sin aparente orden ni control, más allá del buen gusto y de ese espíritu arbitrario y aventurero en el que todo librero, o lector abierto y sin prejuicios, se puede reconocer.
Mientras tenía entre mis manos Los días raros, sentía la extrañeza de leer algo cercano pero a la vez muy diferente a aquello que ocurre en la gran ciudad. Me gustó especialmente el texto en el que visita las librerías de Madrid, con la esperanza de que en algún momento nombrase La Buena Vida entre sus incursiones literarias. No fue así. Pero tampoco importa porque la lectura se disfruta. Igual hay suerte en la próxima entrega.