
Charles Simic – Valparaíso
Subrayar libros es una forma de acercarse aún más a las palabras, como si pudieras decirle al libro que te ha hecho sonreír, te ha consolado o te ha creado nuevas preguntas, que suele ser lo más habitual. Pasar del subrayado a los comentarios y apostillas en los márgenes solo necesita unas páginas de diferencia, como si pasaras de responder en una conversación con movimientos de cabeza a frases con muchas subordinadas.
Simic es, como muchos en La Buena Vida, un lector insomne que deambula en las noches de nieve en búsqueda de un libro para aliviar el trance de estar en vela. Los libros son para el poeta serbioamericano una muralla desde la que utilizarlos como munición educativa, una cura para la angustia o playas en las que nunca se borran las huellas que se dejan. Dan tanto por tan poco que Simic no puede evitar preguntarse por qué todo eso que han construido en nuestra cabeza está destinado a perderse un día en la nada.
Días cortos y largas noches recopila las columnas de Charles Simic en el New York Review of Books entre 2008 y 2013. No solo habla de lo que los libros han dejado en su vida, de sus giras por todo Estados Unidos celebrando los laureles de premios institucionales o durmiendo en el coche que varias universidades le habían ofrecido como alojamiento cuando era un poeta joven y sin reconocimiento. En sus artículos habla de su pasión por el fútbol, los males endémicos de la política norteamericana, la constante eliminación de bibliotecas y de derechos sociales, el pasado que se puede desenterrar en Youtube. Hay política de la América en crisis y de la Serbia que sigue teniendo heridas.
Conforme se avanza en los artículos de Simic surgen sonrisas que consuelan, que alegran y que traen chispas de lucidez. Admirador de Buster Keaton, convencido de que toda narración biene de la cocina y el comer bien (sobre todo si es un buen plato de pasta, su auténtica musa), Simic recuerda el ingenio y los ingredientes que compartía con Mark Strand, otro de esos poetas que, como él, seguro que pasaba “mucho tiempo rascándose la cabeza en la oscuridad” para lograr encontrar los relatos en los que encerrarse en las largas noches blancas del invierno y en el aburrimiento luminoso del estío. Días cortos y largas noches es un libro que tienta a llevarlo siempre encima, para que esos paréntesis de los que se alimenta la rutina puedan llenarse de risas.
“Como decían los antiguos filósofos estoicos, el sabio es inmune a la desgracia. Dado que la mayoría de nosotros no somos sabios, al menos nos queda poder reírnos”.
Pilar Torres