Existen algunas ventanas que nos muestran otra rutina, un mundo de vidas extrañas para el que las observa pero que crecen con sus normas, con su esquema de naturalidad. Para Diane Arbus esa ventana fue La parada de los monstruos y su banquete de bodas -«We accept her, one of us!» gritan todos los monstruos a una- y a partir de ahí ya nada volvió a ser igual. Su mirada sobre el mundo estaba marcada por esa cicatriz de lo extraño, lo que no funciona pero que logra sobrevivir.
En Las primas, Venturini crea un mundo con reglas similares a la película de Browning. Aquí es Yuna la que dibuja su mundo, una familia donde todas las mujeres están deformadas, presas de limitaciones físicas y mentales. Se reúnen en torno a la mesa sin poder hablar, con la tristeza a cuestas, la falta de inteligencia en la mirada, los abortos que matan o el enanismo en los huesos. La familia se convierte en una forma de entender el horror, de vencer a la náusea de lo feo que ataca siempre, cuando el cuerpo es el que sufre y se agrieta.
Entre estas mujeres deformadas crece Yuna, cuya discapacidad no se explicita pero que se manifiesta en sus problemas con el lenguaje. Poco a poco descubre que aquello que falla en su discurso consigue transformarlo en imágenes, en grandes cuadros conceptuales. Desde joven se convierte en una promesa del arte, el lenguaje en el que no encuentra trabas, la cuerda a la que se amarra para no naufragar en la desolación familiar.
Lo fundamental de este libro que rescató a Venturini de las sombras literarias es el uso del lenguaje, el instrumento que permite retratar a la protagonista. Todo el relato crece en párrafos incontinentes, donde los signos de puntuación escasean pero que, cuando aparecen, se convierten en piedras en el camino.Las primas es un libro de ritmo desbocado, donde los meandros aparecen con la ayuda del diccionario, una herramienta con la que Yuna comparte almohada para poder retratar el misterio en el que vive.
La mitología de este extraño libro no ha crecido solo de sus evidentes logros literarios, sino de la intrahistoria del texto y su publicación. Venturini se aventura, tituló Vila-Matas su fascinante aventura editorial, la que descubrió a una joven octogenaria capaz de hipnotizar con sus palabras, de embriagarnos con su misterio. Como retrata Leila Guerriero en su crónica, Venturini es una mujer que no tiene obstáculos, cuya mesa familiar se construye con los apellidos Sarmiento y Lampedusa, una vida que tiene ecos en esta novela, en la que se disfrazó de Flaubert para decir «Las primas soy yo».