La herida en la lengua
Chantal Maillard – Tusquets
Hace un año tuve la suerte de asistir a la escenificación poétivo visual, Diarios Indios. Un nombre tan extraño era necesario para denominar el trabajo que presentaban conjuntamente Chatal Maillard y David Varela, que unían sus respectivas obras sobre la ciudad de Benarés para deleite de todos los que estábamos en aquel pequeño teatro. Mientras Maillard recitaba algunos de sus textos, las imágenes grabadas por Varela se proyectaban. Versos e imágenes formaban un todo que conseguía hacernos sentir la magia que desprende la ciudad.
Disfrutar así de la obra de Maillard, leída por la propia autora, dio un tono diferente a lo que hasta entonces conocía de ella.
Hoy vuelvo a Maillard con el recuerdo de aquel momento, aunque anuncia que la lectura será dolorosa, como esa herida en la lengua del título.
Así es. Sus versos hablan de un dolor interior del que no se puede escapar, de la impotencia, de la necesidad de nombrarlo para atenuarlo. O quizá para buscar remedio.
“Oídme. Vengo
de inhóspitos parajes.
Territorios que nadie querría
haber hollado.
Para hablar necesito la fuerza
que no tengo.
Son tantos los obstáculos”.
Pero no sólo habla de un dolor individual, sino del dolor de las masacres cometidas por el hombre, millones y millones de muertos ante los que occidente acaba mostrando casi indiferencia, a salvo, al menos en apariencia, de la barbarie.
“¿La historia de la humanidad no es acaso toda entera, desde sus inicios, la historia de un crimen?”
“La crueldad no son las fauces del tigre en el cuello de una gacela, no, la crueldad es moral, y la moral es humana. La estupidez también”.
Las imágenes de David Escalona, de su serie “Vendados”, acompañan a los textos. Quizá son sólo vendas que señalan el lugar donde están las heridas, quizá vendas que ayudan a curar.
El repaso por el dolor no da tregua, no hay lugar donde coger aire durante la lectura, imposible parar para reponerse. Pasamos la página y de nuevo nos hiere, hasta los versos se rompen, las letras se descuelgan… Y en algún punto, una esperanza.
“Si el amor fuese eterno
si al menos el
-¿amor?”.
Acabo el libro y el poso amargo no desaparece. Como esa herida en la lengua, que parece haber curado pero sigue molestando. Y echo en falta la voz de Maillard. Y pienso en lo bonito que sería escucharla recitar estos versos en La Buena Vida.
Quién sabe.
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