Un buen día, Roberto Wong recibe una llamada a su trabajo. No es una llamada cualquiera, sino una de esas que te obligan a mirar hacia los lados, levantarte, y buscar un lugar donde la intimidad sea un bien seguro. Confiesa este joven mexicano y empleado en la división de clasificados de Ebay en San Francisco, que eligió el baño para recibir la noticia de que había ganado el Premio Dos Passos a la Primera Novela, con París D.F.
¿Cómo lleva un escritor lo de trabajar en un empresa que forma parte del corazón del capitalismo?
Las empresas parten de una lógica simple: cómo vendo más y cómo gasto menos. Si a eso le añades la incapacidad que tenemos las personas para satisfacer nuestro deseos, tienes la fórmula perfecta. Si tengo una casa, quiero otra mejor. Si tengo coche, quiero otro más grande. Si trabajo en mi país, quiero salir de él y viajar. En cierto sentido, la lógica del consumo es la misma, seas una persona o una corporación. A veces exigimos a las corporaciones cosas que no somos capaces de asumirlas como personas. Trabajo en una división que tiene que ver con la generación de una economía de segunda mano. Es un espacio que sirve para que las personas vendan sus cosas, y la gente que accede al sitio no compra cosas nuevas, sino cosas usadas. Esto está relacionado con la inteligencia en el consumo y en el gasto. También con la reducción del consumo. Un revolucionario quizá diría que hay que hay que tirar todo eso a la basura y empezar de cero. Yo creo que hay cosas que se pueden construir sobre lo que ya existe.
En París D.F. , este joven de 32 años, moreno de piel y de gracia oriental -su familia paterna son exiliados chinos-, hace una superposición de mapas de la ciudad de París y de la D.F., para crear una ciudad nueva, mágica y cortaziana. Su protagonista, Arturo, es un joven con alma de poeta, atrapado en un trabajo de farmacéutico. Eso sí, la botica en la que quema sus horas se llama París. ¿Por qué París y no Londres, Berlín o Madrid, ciudades también muy literarias?
París tiene un significado especial para mí. Está relacionada con una historia amorosa que tuve con dos chicas parisinas que eran amigas. Las visité varias veces. La última fue en 2011. Con esta suerte de nostalgia y despedida del amor que se acaba fue como empecé a escribir la novela. Por otro lado, tejí esas visitas con un recorrido por algunos de los puntos claves para Hemingway en la ciudad. Se puede decir, entonces, que hubo dos partes: la afectiva y la literaria. Rayuela también jugó un papel muy importante.
Roberto no se siente escritor, sino un aspirante que cada día sale a cazar las palabras adecuadas. Lo que sí se siente es deudor de toda la literatura que se esparció por medio mundo a partir del boom: esa suerte de bomba que dejó grandes obras y, a estas alturas, ya unos cuantos de inolvidables escritores. Si Horacio Oliveira pudo escuchar jazz en la ciudad del Sena y besarse con la Maga, Arturo es el aspirante a escritor, preso de sus circunstancias socioeconómicas, que quiere ir a París pero que no puede. “De ahí que todo ocurra en la ciudad de México. Y París sea una ciudad imaginaria.”
También la mujer es objeto de deseo en esta ópera prima. Nadja es su nombre, como la vieja novela del padre del surrealismo, André Bretòn. Una mujer imposible, imaginaria, tierna cuando la sueña y etérea cuando la abraza.
En esta serie de homenajes, cuando hablamos de la Maga, tenemos que dar un paso atrás y hablar de Nadja. Como bien dices, hay un París idealizado y una mujer idealizada. A diferencia de Rayuela, Arturo nunca la encuentra. Me interesaba jugar con esos ejercicios metaliterarios para darle referencias al lector. Al final la literatura son constelaciones que te llevan a otros escritores y otras obras. Esa era la intención. Es un homenaje a esos arquetipos de la mujer francesa.
A Roberto no le gusta hablar de influencias. Prefiere pensar en clave de “los libros que le motivaron a convertirse en escritor.” Aquellas obras que lo acercaron a la belleza y dejaron en él la semilla de la creación.
Para el personaje de Arturo la imaginación es un subterfugio, ¿es la Literatura para Roberto Wong la válvula de escape?
La Literatura es un acto de rebeldía contra la realidad. A veces tendemos a denostar la imaginación. Para que algo suceda, tienes que imaginarlo antes. En el caso de Arturo, ese ejercicio de rebeldía que tiene contra lo cotidiano lo lleva a imaginar París de manera delirante. En mi caso, creo que la literatura me ha brindado posibilidad de decir que no estoy satisfecho con todo lo que tengo. Quiero tener más, desde un punto de vista de experiencias, situaciones, amores, ciudades. En efecto, para mí la válvula de escape ha sido la literatura. Primero a través de la lectura. Ahora con la escritura.
En París D.F. el alcohol y el sexo son parte de la urdimbre que teje la trama. Y la corrupción y la violencia suenan como música de fondo. Es difícil de eludir este último aspecto, en un país donde el reguero de muertos llena compulsivamente los periódicos. En esta cultura impuesta de lo siniestro, Wong apuesta por la Literatura como “un mecanismo que sirva para crear historias que hablen de que otro México es posible.” La Literatura como simiente de algo nuevo, pacífico y reflexivo. El arte como forma de reinventar un modelo de convivencia agotado, cada vez más alejado del entendimiento y de la democracia.
Cuenta el escritor que pasaron 6 meses antes de que brotaran las primeras líneas de la novela. Período de catársis. Un año en escribir el primer borrador. Período de encerramiento y creación. Y el resto, explica mientras se coloca con el dedo las gafas, fue un periódo de corrección tras corrección, hasta que la envió al premio. Aquí, en España, otros mil 1084 manuscritos esperaban la misma suerte. Justo éso, el azar, es otro de los temas que atraviesan el tuétano de la novela.
Piglia dice que la Literatua es la lectura equivocada de los signos. En México se dice mucho eso de que todo pasa por algo. Arturo funciona así. Aunque es escéptico, utiliza el tarot para tratar de ordenar la realidad. Una realidad que se le antoja absurda. Lo que sugiere la novela es que todo es un error, un accidente. La vida no tiene más sentido que el que nosotros le otorgamos y, siguiendo esa línea, la de la lectura equivocada de los signos, también tiene la posibilidad de reordenar la realidad a partir de su imaginación.
El tono de los díálogos es el de la clase media mexicana que está entre los 20 y 30 años, explica. Pero la voz narradora busca un lenguaje, no más neutro ni académico, pero sí más universal. En la narración, Wong hace desaparecer los giros dialectales o cierta jerga. Lo que sí hay es una clara voluntad de estilo, que emerge de un sentir poético. Un lirismo que, como el propio escritor dice, tiene que ver con el sentimiento y con el momento en el que escribía la novela.
Arturo tiene una añoranza, un deseo de escapar de la rutina que la realidad le impone, ¿está Roberto Wong con este premio viviendo el sueño que no puede vivir tu personaje?
Sí, sólo falta que me disparen, como escribo en la novela. Lo que han hecho con el premio es un gran esfuerzo. Lo vivo como un cuento de Disney. Lo celebro y lo vivo con mucha dicha, pero esto está terminando. Después sigue la literatura, que es el ejercicio en soledad frente al teclado. Antes del premio escribía, después del premio seguiré escribiendo. Para mí es satisfactorio haber salido del anonimato. Pero la literatura no es el sueño de haber sido publicado, no es ahí donde vive, sino en ese ejercicio de la soledad del que hablaba. Eso es la literatura.
Después de charlar un rato más, el sol empieza a flaquear en la segunda planta de La Buena Vida. Roberto pregunta por escritores españoles. Le gustan los raros y aprovecho para recomedarle el Don de Vorace. Se lleva una maleta cargada de libros que ha comprado durante el viaje, entre entrevistas y felicitaciones y flashes. Antes de irse dice:
-¿Puedo confesarte algo?
-Claro.
-Es una exclusiva -dice en tono misteriosos- Hasta hace unos días, nunca había leído nada de John Dos Passos -sonríe.
Una entrevista para