El verano es una estación difícil, casi de esquí, donde hay que agenciarse como sea un telesilla aunque el monte esté seco o, peor aún, quemado, para llegar de un extremo a otro e intentar ver las cosas con perspectiva o, al menos, tener esa sensación de estar suspendido y poder emitir una especie de petición de descanso por obligación.
El verano cuesta. Le cuesta a la información, a ciertos países -al nuestro sin duda-, a los hoteles, a los restaurantes y a los turistas. A todos en general, porque tenemos distintos conceptos sobre lo que se ha de hacer de las vacaciones -o mejor aún, sobre si hay que hacerlas y, en caso afirmativo, cómo-.
En estos días de citas judiciales, de cines que hacen la cuenta atrás muy despacio para evitar el cierre inevitable; en estos días en los que la gente solo se dedica a gritar de madrugada por las calles de la ciudad vacía, impidiendo el descanso de los que no se han ido, y no actúan a plena luz en los lugares adecuados, clamando por lo razonable; en un agosto donde el Congreso ha eliminado las vallas altas de acceso a la Carrera de San Jerónimo por un andamio integral que encorseta todo el edificio, como si una vez arreglado fuera a dar esplendor, dejémonos de novelas victorianas, de películas sobre drones y renunciemos a la comparación de titulares entre El País y El Mundo.
Mientras llega su última y aclamada obra, Blue Jasmine, deberíamos confiar en Woody Allen, en su capacidad para hacernos ver praderas donde solo hay ascensores, humor donde hay inquietud. Instrumental para construir con inteligencia una barricada contra la impunidad y lo mezquino.
En Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (ed. Tusquets), Allen nos da las cápsulas para una destrucción masiva que tiene un variado campo de acción, pues va desde la filosofía, el ajedrez, la Mafia, los regímenes de bajas calorías a las revoluciones Latinoamericanas. Quizá así, si nos aplicamos en la aniquilación, la cultura y todo lo demás resista, emerja. Pueda ganar la batalla.
Merece la pena leer a Woody para ponernos a prueba y ver qué efectos secundarios nos produce y, sobre todo, les produce a los que se sulibellan. O deberían. Eso como mínimo.
No sois los únicos. Leonard Cohen también nos lo está preguntando.
La orquesta Topolino nos intentó convencer de las bondades de tener una casita de papel. Algún que otro diseñador ha apostado por hacer jardines verticales, para vencer a la gravedad, cambiar el plano.
No nos parece momento de preguntarle a Mahoma, mucho menos a sus seguidores, si fue él el que se acercó o al final la montaña puso de su parte.
Viendo la villa de 800 metros cuadrados que se ha montado un médico chino en Pekín, en la parte alta del rascacielos Park View -hay nombres que están perfectamente puestos- sin consultar, jugando a hacer una especie de Belén a lo bestia, volvemos a comprobar que la fe desconoce el mal de altura. A semejante creador de exteriores le han dado quince días para desmantelar la villa. Tanto mimo para luego tener que acabar con las cordilleras y los árboles a toda prisa. Imaginamos que es lo que habrá pensado.
Puede parecer una tontería, pero esta noticia loca nos ha hecho acordarnos del saque periférico de esta semana y hacer el recuento de vuestras opiniones caminando. Mucho. Para ponernos en la piel de vuestros ejemplos.
Nos habéis contado que la calidez, la calidad y la originalidad de las propuestas, entre otras cosas, es lo que os incita a moveros. A dejar un poco atrás vuestros barrios por disfrutar de buena música, buscar libros antiguos o camas si se tercia. Habéis coincidido en que con estímulos, si hay que caminar o coger el metro se hace. Sin problema. Porque merece la pena confeccionar un mapa con rutas y sitios para perderse y encontrarse.
Como en semanas anteriores, agradecemos vuestra sinceridad y vuestro buen tono físico y mental a la hora de habernos devuelto la bola.
Consideramos que el conjunto de boleas ha sido tan gratificante que, al haber llegado al sexto set, nos parece antideportivo intentar estirar el partido más allá de las reglas oficiales. Así que os contamos que este era nuestro último saque.
Hace demasiado calor para teneros en la pista sudando cuando habéis dado tanto juego. Tanto que ha llenado el marcador.
Ahora lo que nos queda a nosotros es intentar poner en práctica de la mejor manera posible todas estas visiones y deseos. Ganas, desde luego, no nos faltan. Gracias por seguir aquí una semana más.