Día 31: IlustrAcción

Plano parece. Guía no es. Es tal el número de ilustraciones y detalles, la apuesta por contar historias en movimiento múltiple, que al asomarnos a Tokyo Sanpo (ed. SinS Entido), vislumbramos a Florent Chavouet, su autor, convertido en un superhéroe que no se perdió ninguna de las muchísimas cosas curiosas que le sucedieron a diario en la ciudad japonesa cuando la vio por primera vez. A la que no ha dejado de volver pero como él mismo reconoce, en la que ansía quedarse una temporada larga para empaparse por completo. ¿Le habrá quedado algo por ilustrar?

Este diapasón de personajes, lugares, animales, sorpresas y costumbres conforman un caleidoscopio que se transforma y adapta, que muta con la luz de los lápices y de la mirada de Chavouet, y nos ofrece figuras y secuencias originales y entrañables, que nos abren los ojos, bueno, nos los cierran en realidad, para que veamos como ellos y sintamos que Tokyo bien vale un homenaje así de prodigioso. El resultado es tan bueno que los responsables del Louvre, esa pinacoteca ciudad, le han pedido que haga una colección similar para el museo. Ahí queda.

Un cara a cara. Con la ventana del local como única separación.

Por dentro, nosotros, intentando captar las vistas, intuir la calle.

Por el otro lado, desde fuera, el rostro de un hombre pegado al cristal.

La sensación, extraña.

El oteador callejero se cubría los ojos con las manos para ver mejor.

Nosotros nos pusimos a hacer vaho con la boca, como si fueran cañones de humo, para que el señor se diera cuenta de que estábamos al otro lado. Como una imagen bifocal o siamesa.

No nos vimos. Él al menos no a nosotros. Nosotros a él sí, pero como su cara se había quedado entre las nuestras, en un hueco imposible, sentimos que aquello no era como haberse mirado en el espejo.

No nos reconocimos.

Consideramos que el cristal no podía devolvernos convertidos en uno y que al revés, de la calle al local, un ser humano no se podía desdoblar hasta ese punto.

No nos convencía.

Tardamos en despegar la cara del cristal.

Fue como un pulso absurdo de mofletes.

Por edad, dejamos que el rostro de fuera se alejara antes y regresara a su mundo.

Cuando vimos que ya se había ido, nos retiramos hacia atrás.

Como hacen los pistoleros en las películas del Oeste. Para preservar sus balas ante un imprevisto.

Al ver que no volvía, seguimos a lo nuestro.

El cristal retuvo por un rato la huella de esa Santísima Trinidad que formamos sin pretenderlo y que nos mantuvo uno y trinos, a ambos lados de la realidad.

En una auténtica demostración de fe ciega.

Mañana jueves 8 de agosto, a las 18 horas, en la sala 1 de la Filmoteca nos vamos de Tournée (2011) con Mathieu Amalric, desdoblado en director y actor, y sus chicas burlescas. La película aborda la soledad y el destape de unas cuantas vidas truncadas, que entre función y función, como de orquesta de verano en pueblos con ganas de fiesta, se desprenden de muchas de sus cargas, no solo de ropa, y terminan haciéndose compañía. Sintiéndose familia.

El debate sigue. ¿Cómo hacer para que haya un núcleo de gente que tome más partido y active la librería como una sede más comunitaria? No en el sentido que plantea la UE.

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