Es un momento difícil para contar cuentos.
El libro infantil genera infinidad de títulos muy bien hechos, variados, pero los niños saben demasiado. Los de todas las edades. La mayor parte de ellos están curtidos de tanto zappear telediarios y mirar de reojo algún que otro episodio de Los Soprano.
En este contexto, Las aventuras de la familia Melops, de Tom Ungerer (ed. Anaya Infantil y Juvenil), una historia de cerditos aguerridos que vuelan, buscan un tesoro, intentan sacar petróleo y disfrutan de los platillos cocinados por la mamma, a más de un padre puede costarle una recriminación de su hijo. Porque al crío le parezca un refrito de cosas que está viendo que pasan todos los días, pero sin diminutivos.
Es cierto: los diminutivos suenan mal, a racismo pijo. Pero los relatos de animales, afortunadamente, no se guían por esos criterios y siguen existiendo en ese espectro que conecta la dulzura de jardín de Beatrix Potter con las narraciones de los Andersen, siempre un pelín resentidas.
El espíritu intrépido de los Melops propone a los pequeños lectores que vivan una realidad acorde con su edad. Independientemente de su percentil. Este cuento es una buena iniciación para niños de 5 a 9 años, que verán animales donde tiene que haberlos. Un texto que preserva y potencia la imaginación para que no encoja.
Hace días que me calzo unos prismáticos hechos con los catálogos de novedades. Para ver mejor el futuro e intentar evaluar la proporción de libros de autoayuda, novelas con portadas horribles e historias que merecen la pena pero no van acompañadas de una buena sinopsis. Esas cosas que terminan reduciéndose a un pedido o a la ausencia de él.
Antes de convertirlos en lentes de contacto, estudio los catálogos como si fueran Rayuela. Abro por cualquiera de sus páginas, les pongo a prueba. Pocas veces me sorprenden. Una vez rastreadas, curvo las novedades y enfoco al horizonte a esperar reacciones. Después de un buen rato -en estos días no recibo la visita de los comerciales-, lo único que me conmueve es la pared del fondo. Así que dejo los prismáticos. Debo de estar perdiendo vista. Ellos, en vez de descansar o de quejarse, se quedan como bichobolas. Enrollados. Negándose a volver a su estado natural. ¿Querrán decirme algo?
Mañana viernes 9 de agosto, a las 20 horas, en la sala 1 de la Filmoteca, una lluvia de mujeres tomará las riendas de una fábrica de paraguas y de lo que se les ponga por delante en Potiche (2010). Una comedia donde Catherine Deneuve demuestra sus dotes de matriarca y líder de la sección femenina, pero sobre todo de que es capaz de sonreír. Y mucho. -¡la Virgen!-. Una vez más por obra y gracia de Françoise Ozon. Atrás quedó la bella de rostro helador. Deneuve está sabiendo envejecer.
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