Rita Levi-Montalcini (1902-2012) ganó el Nobel en 1986 por descubrir el factor de crecimiento nervioso, un año antes de escribir Elogio de la imperfección (ed. Tusquets), un libro-causa, autobiográfico, que debería ser de lectura obligatoria, el cuadernillo de todos los cuadernillos Rubio, de estas vacaciones y de las siguientes. Como mínimo. Por su calidad humanística y por la claridad que posee a la hora de despejar las incógnitas que no resuelven los problemas reales.
El recorrido por la existencia mental de Levi-Montalcini nos convence que que la dificultad no depende de los números, ni tan siquiera del cuerpo, sino de la capacidad que tenemos de usar todos los recursos disponibles para no dejar de mejorar. Para sentirnos unos auténticos imperfectos. Satisfechos no solo de serlo, sino de no dejar de intentarlo.
Esta gran dama de elegante fragilidad, quizá por pura genética, o como factor con el que armonizar su alma combatiente, utilizó sus 103 años de vida para emprender batallas diversas y difíciles, a las que convirtió en necesidades físicas, como parpadear o beber agua.
La primera de estas acciones kamikazes fue estudiar medicina en un momento nada apropiado. El ingreso a la universidad lo hizo con un tres en uno de Filosofía, Literatura e Historia. Una vez dentro, se doctoró en Neurocirugía y se puso a investigar. Contra viento y marea. Cuando los fascistas intentaron negarle esta posibilidad, se montó el laboratorio en casa. Una prueba de su inteligencia práctica -una más, de las tantísimas res(v)oluciones que llevó a cabo- porque los laboratorios siempre están en casa. En la cabeza de uno.
Perseverante e inquieta, pasó la mayor parte de su vida diversificando sus neuronas entre el desarme de las injusticias y el desconocimiento ante determinadas enfermedades clínicas y sociales. “Lo fundamental es tener activo el cerebro: intentar ayudar a los demás y mantener la curiosidad por el mundo”. Se empleó a fondo en estudiar el hemisferio derecho del cerebro, una zona muy poco desarrollada y de la que se aprovechan a menudo los que se sienten líderes para captar adeptos.
Disfrutó durante años de su doble nacionalidad profesional italoamericana.
Fue una pionera, una intelectual que hizo política, una heroína serena, que nunca pensó en sí misma, porque para ella “lo importante es la forma en que vivimos y el mensaje que dejamos mientras tanto. Lo que nos sobrevive”. Una lección magistral sobre la inmortalidad.
Somos de los que creemos en la ampliación de la r como medida inicial para superar el frenillo. Seres herrantes, sí, con h, que renegamos de su mudez y que reconocemos que, aunque todavía le falta para terminar de soltarse, tiene que empezar a ser reivindicativa. Nos ha parecido oportuno aprovechar esta irrealidad que tienen los domingos de verano, cuando la ciudad intenta derretirse, aprovechando el calor para huir de sí misma, para confesarlo.
Aquí estamos. Seguimos de mudanza.
Con las defensas altas, gracias al hierro que hemos ido asimilando a lo largo de estos cinco años, con cada uno de los errores cometidos. Somos conscientes de que los ha habido de todos los tamaños. Hemos querido fijarnos en los fallos, para calzarnos una buena herradura que nos permita ir al paso, al trote y al galope, cuando haga falta y toque aligerar las cuestas. Como las bicicletas con motor. Ir sobre una armadura que se ajuste a nuestros pies, igual que los ruedines en la suela de ciertas zapatillas deportivas.
Queremos ser centauros. Patinadores. Bailarines de claqué. Marcar el suelo en esta nueva etapa. No quedarnos solo en la superficie. Ampliar las posibilidades del campo de batalla. Y el porcentaje de aciertos. Por supuesto.
La ilusión, por el momento, ya se desplaza en movimiento continuo.
Perdón por esta retahíla tan herrática, con h, pero hay días en los que no podemos aguantar las ganas de reivindicar una nueva gramática.
Hemos podido comprobar esta semana que seguís estando al quite y con ganas de entablar una conversación larga. Nos gusta que seáis tan francos, que nos dejéis tan claras las cosas que os gustan, esas que ya aseguráis que tenéis en La Buena Vida.
Intentaremos no perder eso que tanto valoráis y que os hemos intentado dar de forma cuidadosa hasta ahora. Esperemos que vuestro apoyo no nos trastorne, que no nos pongamos nerviosos en el nuevo local y empecemos a hacer todo al revés. No somos para nada de atosigar, ya lo sabéis, así que intentaremos conversar con quien quiera y recomendar al que lo pida, porque aspiramos a que sigáis campando y estando a vuestras anchas en la librería.
Intentaremos ofrecer ese equilibrio entre el “déjame encontrar el libro que quiero” y el “dame pistas, que ando perdido”. No es fácil. A veces los libreros no somos buenos fisonomistas y eso hace que no siempre sepamos interpretar los gestos de forma correcta: nos da por intentar guiar al que lo tiene claro y no prestar más atención al que quiere llevarse algo, pero no sabe muy bien qué.
A veces sucede -muchas más de las que creéis-, que sois vosotros mismos, los habituales de La Buena Vida, los que dais las mejores pistas.
Nos alegra muchísimo comprobar que en vuestros comentarios se ha colado la música, como parte fundamental de la librería. Para nosotros también lo es.
Es más, antes de vuestras confirmaciones, teníamos pensado seguir poniendo música, empezar a hacerlo también durante estos días en el alambre. Para evitar la morriña y aprovechar las ondas, el aire de la red. Así que lo vamos a hacer. Para que sigáis saliendo de casa y entréis en esta casa y se de la casualidad de que la melodía continúa. O, como casi siempre, para que sigáis teniendo la sensación de que la librería es un lugar con música propia. Con esas preferencias que, de tanto oírlas y ponerlas, se han vuelto más reconocibles y a la vez más personales. Parte de la lectura, del café. Un rasgo de pertenencia más.
Gracias una semana más por estar aquí desde tantos puntos. Todos ellos tan convincentes y tan preocupados por hacer ver que la vida tiene que seguir siendo buena.