Durante muchas noches a lo largo de estos años, Van Morrison ha sido el hilo musical de la recogida, cuando los relojes ya anunciaban otro día, pero a nosotros nos parecía todavía ayer, porque la oscuridad era la misma claridad de farola que se reflejaba sobre la fachada de enfrente.
Esas letras, dichas con su voz, dulcificaban el chirrido metálico del cierre y conseguían que la calle emanara ese sabor a bourbon y remanso tras el trabajo intensivo. De sol a sol. A(l) pie en (de) las montañas (de libros).
Algunas noches, sin preguntarle a Van, le dábamos una recogida libre. Había confianza suficiente después de tantos años de hermanamiento labrado en escuchas intempestivas, como de victoria contundente con derecho a himno.
Pinchábamos a Barry White, incluso a Lionel Richie. Y poníamos morritos e improvisábamos coreografías ochenteras. Al principio las piernas (y la cabeza), con esta inyección infiel de adrenalina, se nos movían con cierto disimulo. Alrededor del tercer tema, se nos desataban un poco más antes de apagar el escenario. Pero poco. No había color. Van es Van. Y de nuevo, pasadas esas noches de días que habían transcurrido demasiado largos, o simplemente habían resultado extraños o desganados, el león solitario que llevábamos dentro, le buscaba como a un igual en la jungla de Spotify. Y solo entonces nos sentíamos redimidos. Transportados. Sacados a bailar a una pista en la que no había que moverse. Tan solo escuchar. Inhalar. Sus canciones. Más allá de las doce.
En Tres noches, Austin Wright (ed. Salamandra), nos abre la puerta del coche de Tony y Laura Hasting, nos hace un hueco en la parte de atrás, junto a su hija Helen, y nos invita a pasar las vacaciones con ellos en su casa de Maine. Sin sospechar que no llegarán nunca.
Así comienza Animales nocturnos, el manuscrito que Edward le envía a Susan, su ex mujer, para que lo lea y le de su opinión. Ella se compromete a hacerlo las tres noches que Arnold, su actual marido, estará de viaje.
Durante esas sesiones de lectura, Susan compartirá la angustia, los remordimientos, la necesidad de entender lo qué pasó, incluso los deseos de venganza de Tony. Pero lejos de convertirse en un entretenimiento, a Susan el relato le hará cuestionarse por qué y, sobre todo, para qué, Edward le ha mandado el texto. Una novela matriuska con diablos sobre ruedas por carreteras perdidas. Imprescindible.
Mañana domingo 21 de julio, a las 18 horas, en la sala 1 de la Filmoteca, se proyectará Camarote de lujo, de Rafael Gil (1958). Esta comedia, escrita por Wenceslao Fernández Flórez, es un “vente a La Coruña, Aurelio” a trabajar en una naviera, donde los trapicheos y la extorsión son constantes. Algo que un chaval tan honrado como él no puede aguantar.
Lejos del pueblo y sin trabajo, Aurelio decide poner en práctica la versión disléxica del hit de Concha Piquer e irse en un barco. Rumbo a América. Un deja vù de “Españoles por el mundo”.
Última oportunidad de embarque a todos aquellos que nos quieran dar su opinión sobre si para comprar libros ¿lo estudias o te lo trabajas? ¿Cómo eliges los libros y cómo quieres qeu el librero te ayude? Antes de hacer recapitulación de propuestas y de lanzar un nuevo saque.