Inventario.
De todo lo que está en el local de Ópera y tiene que llegar a su nuevo destino.
Empezamos haciendo el listado a ordenador.
Creíamos que era más rápido, más fácil.
Después de que el sistema, o el software, o el servidor, nos dejará colgados varias veces seguidas, decidimos coger un lápiz. Lo máximo que nos podía pasar era tener que reiniciarlo a golpe de sacapuntas. Nos pareció más bonito. Más coherente, porque los libros, como los lápices, comparten madera.
Rellenando los folios, nos damos cuenta de la cantidad de títulos, de objetos, de fondo de armario que tiene la librería.
Hay descubrimientos que apartamos, si hay más de un ejemplar, para llevárnoslos a casa y leerlos, porque en estos años, por las prisas, las novedades, o por el propio automatismo, no lo hemos hecho. Quizá ni nos habíamos fijado en ellos.
Todos los días, le dedicamos un poco de tiempo al inventario. Buscamos el momento más tranquilo, al principio de la mañana o al final de la tarde, para que nuestros ojos, y después nuestra mano con lápiz, sean capaces de reconocer cada entrada que vamos anotando, como una letra en el póster del oftalmólogo cuando intenta medir nuestras dioptrías.
Esta labor artesanal, aunque aparentemente mecánica, nos hace sentir tasadores de obras de arte que preparan un catálogo. El álbum con el que hacer memoria y valorar la cantidad de lecturas que aún nos quedan por recomendar, pedir, encontrar y hacer.
El inventario, en realidad, nos está ordenando a nosotros. Menos mal. Sólo así podremos colocar, en la nueva Buena Vida, cada cosa en su sitio.
Santo Domingo es la cuarta dimensión de los machihembrados. En la que el verbo se hace carne, por culpa de mujeres que revientan sus jeans y con su meneo existencial, desvisten a los hombres y los desordenan hasta el punto de volverles unos verborreicos sentimentales.
Así es como la pierdes (ed. Mondadori), el segundo libro de Junot Díaz , después de llevarse merecidamente el Pulitzer con La maravillosa vida breve de Óscar Wao, es una comba de historias desternillantes sobre el sexo. El amor. Lo difícil que es vivir lo uno o lo otro. O las dos cosas, que en el fondo es lo suyo. Pero si ya era complicado lo primero, Díaz se encarga de contarnos que lo otro es un vuelo frustrado, de niño bala atorado en el cañón, que a pesar de no moverse, siente el mal de altura. Literatura paliativa. Sobresaliente.
A veces para salir hay que quedarse. Mañana viernes 12 de julio, a las 22.30 horas, la sala de verano de la Filmoteca pisará a fondo el acelerador con Drive, de Nicolas Winding Refn (2011). Esta película debería ser obligatoria para animar a todos aquellos que han perdido todos los puntos. Del carnet de conducir y en general. Imprescindible llevar beisbolera por si refresca, para que Ryan Gosling no sienta que está solo.
No nos gusta parecer madres, pero sólo os queda un día para darnos consejos sobre cómo hacer una librería singular. No os pedimos un proyecto de ley, simplemente unas cuantas ideas. Vamos…