Anna Karenina
Lev Tolstoi – Alba
Extracto del artículo de Eduardo Lago en El País del 15/8/10
“¿A qué obedece el hecho de que haya libros que siguen siendo capaces de llegar al lector no al cabo de dos o tres temporadas, sino cien años después de su publicación original, como ocurre con las obras de Tolstói?
…A quienes se sintieran necesitados de consejo acerca de qué leer en lo que queda de verano, les propondría que se hicieran inmediatamente con una novela digna del nombre. Y si se me pidiera que singularizara un título, me pronunciaría inmediatamente a favor de Anna Karénina. Argüiría varias razones: que 2010 es el centenario de la muerte de Tolstói, que con ese motivo la editorial Alba ha publicado una nueva traducción de la novela, y para redondear invocaría el dictum de Vladímir Nabokov: Anna Karénina es la mejor novela de amor de todos los tiempos.
Verdaderamente envidio a quien jamás se haya asomado a la novela: le esperan unas horas que les costará mucho tiempo olvidar. Y el placer se reduplica en el caso de quien se decida a releerla por segunda o tercera vez: mejora con cada lectura. Yendo más allá de Nabokov: Anna Karénina es, sencillamente, una de las mejores novelas jamás escritas. En el artículo que urdí mentalmente a bordo del avión de hélice que me transportaba a Sarajevo me dirigía con particular énfasis a las víctimas del marketing que, sin saber muy bien por qué, tenían en sus manos cualquiera de los best sellers de turno. Arrójenlo a la papelera más cercana, les diría, y cambien unas horas de entretenimiento estúpido por una experiencia estética verdadera. La profundidad de emociones, el conocimiento del alma humana, la exquisita disección de las pasiones que son el centro de nuestras vidas…
Todo eso y mucho más se nos ofrece en las mil páginas de Anna Karénina. Se trata, además, y ahí estriba el milagro, de una lectura portentosamente amena, que nos arrastra de inmediato. Al leer acerca de las vidas de los protagonistas se produce un intenso fenómeno de reconocimiento e identificación: todos hemos pasado por las situaciones que se nos describen en la novela. Esa es, precisamente, la función de la verdadera literatura: indagar acerca del sentido más profundo de la existencia: de nuestra existencia, en toda su complejidad. El efecto que causa la lectura de una obra como Anna Karénina es el opuesto al que provoca el best seller. Nos hace pensar y sentir. Al cerrar la última página de esta historia, trágica y bellísima, y de una autenticidad a la que no estamos acostumbrados, algo importante ha cambiado en nosotros. Lo dejé ahí: habíamos aterrizado.
Ninguna novela de cierta extensión (la novela corta es otro cantar) es perfecta, pero hay un número considerable de títulos en la historia de la literatura universal que rozan la perfección. Anna Karénina es uno de los ejemplos más preclaros. La monumental Guerra y paz otro, como lo es Hadji Murat, también de Tolstói, que Harold Bloom calificó como la mejor novela corta de todos los tiempos. Como lo son las grandes obras de su contemporáneo, Dostoievski.
La novela discurriría después por otros derroteros y produciría cumbres de altura inigualable (Proust, Kafka, Joyce), pero hay algo irrenunciable en la edad de oro del género, en la que surgieron autores como Dickens, Flaubert, Melville o Galdós… La lectura de cualquiera de ellos sirve además (también había pensado poner esto en el artículo) de antídoto contra el tapujo de los best sellers. ¿Dónde creen que aprenden sus trucos sus autores? Leer best sellers es una enfermedad, pero tiene fácil cura. Empieza por la lectura de obras como Anna Karénina.”
(Lee todo el artículo en http://www.elpais.com/articulo/opinion/leccion/Tolstoi/elpepiopi/20100815elpepiopi_12/Tes)
No los convierte en malos libros el hecho de vender miles de ejemplares. No conviene confundir la crítica literaria con los márgenes de benificio. Porque estamos hablando de eso ¿no es así? De capitalismo. Del consumo. ¿O estamos hablando de arte? Cuando determinamos que un libro es malo porque lo consumen las masas, es evidente que no estamos siendo justos con el libro… Una obra no es mala por esa razón. Las masas pueden consumir cualquier cosa siempre que exista una buena campaña publicitaria detrás. Cualquier cosa: lo mismo a Tolstói que a Pérez Reverte. La publicidad antes de apostar por el lanzamiento de una de estas obras, hará una prospección de mercado, estudiará los gustos de la mayoría y elaborará un estudio de pérdidas y ganancias para obtener un ROI efectivo dentro del año fiscal en el que han de presentar sus cuentas al consejo de administración; consejo que, por otra parte, se preocupa exclusivamente en conseguir un porcentaje de crecimiento mantenido a lo largo de los años. Tienes valor si vendes y si no vendes no tienes valor. Eso es el mercado, el consumo de masas. Dicho estudio sirve para decidir si el libro se publica o no se publica e incluso si después de publicarlo invertirán o no una ingente cantidad de dinero para sacarlo a flote hasta en los expositores del Carrefour. El dinero que se obtiene de estas decisiones no se debe a la literatura, sino al mercantilismo.
Y, en cuanto esos mismos libros que tanto revuelo han causado en los pasillos de los hipermercados terminan cayendo de los expositores a golpe de carrito de la compra porque a nadie le interesan, ¿qué hacen con ellos? Es sencillo: regresan a las imprentas, los meten en un enorme silo lleno de agua y los convierten, otra vez, en pasta para editar otro best-seller. No nos equivoquemos: esto es fast-reading.
O sea, que el valor artístico de una obra no puede ser medido por el nivel de consumo, es decir, por el número de personas que leen dicha obra, puesto que estas decisiones se toman en las oficinas de las grandes editoriales. Y, generalmente, cuando deciden publicar un libro y no otro, aquél participará de muchas –por no decir todas- de las características de la novela best-seller. (Las editoriales independientes merecerían un capítulo aparte, sin embargo no podemos decir que esos libros sean de gran consumo.) Es decir, imitan estructuras clásicas, mantienen en vilo al lector por medio de argucias argumentales y una acción trepidante (a la manera de Dumas, a quien todos admiramos en su contexto histórico), con frecuencia carecen de hondura psicológica, defecto de forma, y abuso de banalidad; suelen ser insulsas y además, después de leídas ¿a quién interesan? ¿Cabe una segunda o tercera lectura?
En definitiva, no es que los best-seller sean mala literatura, es que no son literatura sino un producto de consumo.
Me parece de intelectualoides de adolescencia no superada lo de asociar best sellers a mala literatura. Eso de que lo minoritario o raro es bueno y lo que vende es malo, es un topicazo y me sorprende que lo diga Eduardo Lago, de quien no pude tragarme su Llámame Brooklyn.
Cien Años de Soledad es un best seller, igual que el Quijote o las novelas de Vargas Llosa o un largo etcétera. ¿Son mala literatura por el hecho de vender miles de ejemplares?
Saludos.