La chica de los cigarrillos

La chica de los cigarrillos

Masahiko Matsumoto – Gallo Nero

Aunque las ciudades sean paisajes agobiados por las responsabilidades, el caos y las aglomeraciones, siempre existen márgenes para deambular o ventanas desde las que ver la vida pasar. Rechazar el frenesí y darse al vagabundeo es una tentación cuya fuerza puede ser inmensa, una red cómoda que no merece la pena evitar.

En La chica de los cigarrillos Masahiko Matsumoto hace cine con la tinta y la retícula del manga y caricaturiza a la sociedad tokiota de los setenta, la que vivía ante el inexorable cambio urbano de una ciudad que crecía sobre tradiciones y calles fuera de la nueva realidad globalizada. La comedia y la sordidez que va tiñiendo las relaciones sentimentales, donde los rituales matrimoniales de décadas anteriores, que tan bien retrató Yasuhiro Ozu, dejan paso a una juventud insolente y sin referentes, como los flaneur que protagonizan El idiota de Yoshida.

Aquí los personajes ponen su cara más cómica, tanto en el dibujo como en los hechos en los que se retratan. Pasean por la ciudad atacando los puestos de comida callejera, gritan para entenderse entre los múltiples sonidos que componen la banda sonora de Tokio, compran cigarrillos que nunca van a fumar y deambulan puerta a puerta a la caza de clientes y capturando solo problemas.

La biblioteca de gekiga (los magakas serios que beben directamente del encuadre cinematográfico) que Gallo Nero estrenó el año pasado con El hombre sin talento, con sus personajes oblomovistas, desastrosos y dados a complicarse la vida, son libros sobre los que en La Buena Vida nos avalanzamos sin miramientos, como si nuestro espíritu disoluto encontrara consuelo entre sushis, trenes y noches en las que quitarse rápido los zapatos.
Pilar Torres

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