Es una pena que en España aún tengamos que explicar quién es Kate Atkinson. Este desconocimiento resulta sorprendente. La calidad de Atkinson es indudable, controla y administra los registros como pocos. En sus historias hay un conocimiento profundo de lo humano, pero solo una minoría las has leído, las esperan. Están pendientes de la salida de una nueva experiencia vital de Jackson Brodie: soldado, policía, buscador profesional de gente y protagonista indiscutible de la saga iniciada en 2004 con Expedientes.
Me desperté temprano y saqué al perro (ed. Lumen), es la cuarta y última entrega por el momento de esta serie de novelas a las que Atkinson ha dotado de una naturalidad y de una madurez fuera de lo común. El título es de un poema de Emily Dickinson, no escogido al azar. Para nada. Brodie vuelve a empezar de cero. Es “un hombre con una visión inmobiliaria (…) en busca de un perchero en el que colgar el sombrero, un perro en busca de una nueva perrera, una a la que el pasado no hubiese afectado”. Pero sabemos que el pasado tiene deudas pendientes con él. Rastros que Brodie necesita rescatar de la sombra para poder entender y reconstruir el mismo porcentaje de dudas que de heridas, y conseguir estar un poco más tranquilo, aún a sabiendas de que se le volverán a cruzar personas y situaciones que le harán implicarse, ser consciente de su generosidad y del riesgo que asume en cada cruzada.
Un personaje y una autora que deberían ser celebrados.
Lectores inquietos de nuestro pequeño reino: embarcaos en ellos de una vez. No os defraudarán.
La mayor parte de las ciudades se parecen, es una obviedad.
A los libreros nos pasa lo mismo con otras profesiones.
Somos arquitecturas contrastadas con lugares comunes.
Aparte de tenderos, psicoanalistas y cargadores de muelle, los libreros somos costureros.
A la antigua usanza. Con un punto de alquimia, desde luego, tal y como apunta el artista indio Subodh Gupta en su obra Season (2013) -he obviado incluir que los libreros también somos viajantes-, en la que nos descubre una máquina de coser fruta exótica.
Soy consciente de que en los museos está prohibido tocar el género, pero vista aquella mesa de cerca, aquella máquina con aquel mango inquietante como de bodegón esperando su momento, no pude evitar las ganas de sentarme y de llevármela a la nueva Buena Vida. Ví que ese era el mostrador ideal que me permitiría recomponer la piel sin que perdiera la pulpa. Remendarla a pedaleos y pespuntes sin que nadie notara la cirugía. Lo que vale para la fruta es aplicable al mundo humano y editorial.
Envasar la piel, como quien encuaderna la vida de los otros con un (h)uso cotidiano.
Resulta cada vez más manifiesto que la gente se relaciona regular, tirando a mal.
Internet está facilitando tanto la labor para todo (desde hacer la compra hasta ligar, por decir algo rápido) que las mesas de ciertas cafeterías o pequeños restaurantes que promueven el encuentro azaroso y colectivo, siguen siendo las últimas en ocuparse. Amazon, por ejemplo, no contenta con los libros y todas sus pasarelas comerciales, acaba de expandirse también como tienda de arte, con un catálogo de más de 45.000 obras de 4.000 artistas, que ya está operativo en EEUU, Canadá y Reino Unido. ¿Para qué ir a museos, hacer turismo, cargar con la cámara y armarse de paciencia para llegar a las taquillas o a las cajas de la mayor parte de los lugares dignos de ser visitados cuando el turismo oriental, consumista y superpoblado, copa todas las colas?
La red nos intenta convencer a diario de que no es necesario salir de casa, que se puede vivir tirando de ratón y con la canción de Roberto Carlos Yo quiero tener un millón de amigos, sonando a todo trapo en Spotify, no en la nueva plataforma de Google.
Es cierto que los boyscouts siguen llevando su pañuelo con honra y perseverando en el colectivo. Pero es una realidad que hacer piña cuesta.
El derecho de asociación y las libertades y obligaciones que conlleva han de revisarse.
No tenemos duda. Por eso os hemos querido tantear en estas mimbres esta semana.
Nos alegra que os haya parecido una cuestión comentable y que, nuevamente nos ha hecho sonreír, al ver que algunas de vuestras sugerencias coinciden plenamente con el pensamiento de La Buena Vida.
La posibilidad de montar un servicio de biblioteca/videoclub en el nuevo local, nos tiene hablando bajito desde hace un tiempo. Nos parece una iniciativa que define y renueva la fidelización de los clientes y posibles socios con la librería, vista, entendida y disfrutada como un espacio cultural y vital, donde se sucedan los préstamos de libros, películas, purgas de letraheridos y encuentros en petit comité de tertulianos y exploradores de muchos conocimientos, entregados al placer de charlar, conocer, recuperar y difundir. Desde a un autor a unos valores y usos concretos, por disparatados que puedan parecer, pero aceptados y compartidos por una especie de logia libreril muy activa.
Gracias por vuestros comentarios y por seguir infiltrándonos ganas de vivir bien.
Así da gusto.
Para la nueva semana que está a punto de empezar, os planteamos dejar a un lado el recogimiento y la idea de pertenencia de nuestro último saque, y salir a la calle.
Hay algo curioso de nuestras ciudades. Todo parece suceder en el centro. Mientras los alquileres bajan en barrios periféricos, parece que todo tiene que seguir sucediendo en el mismo bullir de semáforos y calles que son cabecera y cola de manifestación. No nos movemos a ningún sitio que no sea el centro urbano.
Barrios bien comunicados y no alejados de ahí parecen estar a años luz, en otra galaxia, constituyen el planeta de lo no-cool.
Dinos a qué sitios vas específicamente que no estén en tu barrio y que no estén en la almendra central de la ciudad y por qué vas a ellos.
No vale un centro comercial, sabemos que son los que crean ese desplazamiento artificial a la periferia, pero lo hacen con toda la artillería de las grandes multinacionales y el apoyo de nuestros ayuntamientos y comunidades que ceden suelo, accesos desde la autopista, publicidad gratis, rebajas fiscales…No, háblanos de esa panadería hasta la que te desplazas, esa galería, ese parque, esa librería o café, esos rincones singulares, a lo mejor no imprescindibles para vivir, pero que tiran de ti hasta convertirlos en enclaves específicos a los que merece la pena ir. Coméntanos cuál es la fuerza de ese imán, dónde se encuentran, cada cuánto te dejas atrapar por ellos.