Curación

Curación
Ana Merino – Visor

Desde la portada del libro nos mira un barco oxidado, ausente, encallado en un muelle alejado del mar, pero no seco. Es una imagen luminosa y paradójica. Con ese mismo tono en su mirada, Ana Merino prescribe un tratamiento intensivo para hacer sanar “al vértigo secreto de la vida” y “ese deseo extraño que le habita”.

Para cutirse y mejorar, las palabras recurren al sueño, a la noche, a bestiarios y hadas particulares. Al amor como hilo y aguja, como una enfermedad de solución improbable que cose el alma a una sombra de tiempo difuso, incontenible, que nos lleva a la infancia como si se tratara de una primera carie sin empaste, o un primer estirón que deja noqueados los tobillos.

Con el rastro de las camas / recién hechas / (…) esencias de bostezos/ para niños insomnes/ que quisieron crecer antes de tiempo”.

Este paisaje se ve desde la edad adulta, desde el fulgor absorto de las bombillas a punto de fundirse, que alumbran justo lo que llevamos dentro, no lo que está delante. “(…) era un simple suspiro/ que salía por la boca, /como el aire caliente/ de las peluquerías”. Un modo de contar con labios sedentarios.

En Curación la cabeza se tumba, se pone al mismo nivel que el cuerpo, y reflexiona, vuelve sobre los mismos temas no resueltos, como el mercurio acude a rescatar termómetros cuando la vida lucha, se incomoda, escuece, se sacude los monstruos en las sábanas  y no entiende el reposo.  Es una anatomía convulsa que pretende saber qué hay más allá del calor, del frío, los colores, de la impaciencia que queda entre los párpados y el engañoso estado de las cosas. “Si la congoja enfría y la batimos, /se transforma en alivio”.

Son 26 poemas-tirita, aerosoles contra la nostalgia inacabada. Asepsia y espera. Calmantes cotidianos sin receta con los que Ana Merino nos confirma que el virus de vivir no es más que “un día de instantes reposados/ donde el cuerpo aprende/ a cambiar de postura, / a girar lentamente/ sobre el eje doblado/ de su ambiguo destino”. Magnífico.

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