Cuenta el poeta de origen aragonés (Barbastro, 1963) que el niño Vilas tuvo sus primeras alucinaciones poéticas con Rimbaud y Baudelaire. Después llegaron Machado, Cernuda, Gil de Biedma… Aunque la epifanía más brutal fue con los discos de las bandas pop y rock de la década de los 60 y 70. Y su conjunto de sinfonías lisérgicas aulladas desde el lado salvaje. La combustión que generaban batería, bajo, guitarra y voz le fascinaba más que cualquier conflicto que pudieran contener Los episodios nacionales. «Entiendo a quien le guste, lo respeto, pero yo prefería tragarme toda la discografía de The Velvet Underground«, señala. Desde que el escritor decidió consagrarse a las letras, ha buscado emular la fuerza, la icnoclastia y la pulsión que desprendían esas bandas de rock.
P- Todavía hay gente que se escandaliza cuando dices que la música pop y rock te ha influenciado tanto o más que la literatura.
R- Sí, es cierto. Pero es porque España no ha tenido una literatura pop. La literatura más prestigiosa le ha dado la espalda. No ha sido permeable. Sólo hay que ver la iconografía de los escritores españoles, su manera de vestir y su forma de hablar. En Estados Unidos, escritores como Allen Ginsberg o W. Burroughs desbarataron la academia y pusieron, en cuanto a prestigio, su literatura al mismo nivel. Esto aquí no ha ocurrido. Estar influenciado por estrellas del rock no debería sorprender, es lo normal, vivo en el mundo que me ha tocado vivir y para mí la musica ha sido impotantísima. He vivido en mi tiempo, lo que no he hecho ha sido vivir en el tiempo que vivieron otros. Creo que los dos modos artísticos pueden converger. Porque sean disciplinas diferentes no tiene por qué estar apartadas.
En su infancia, pendían de las estanterías del salón las obras completas de Hemingway, Dos Passos, Kafka o Zweig, pero en la familia, excepto el niño Vilas, no había lectores. Era esa España tardofranquista que veía en la literatura y la cultura un vehículo de redención, de ascensión social.
P- Cuando dices en tu casa que quieres ser escritor, ¿cómo se lo toman?
R- Vengo de la clase media baja, más baja que media. En mi casa no leía nadie, pero a mi padre, desde que era pequeño, le fascinaba el mundo de los libros, aunque no pudo dedicarse a estudiar. A los 12 años tuvo que abandonar la escuela. Pero sí que compró libros. Se los debió de comprar a un viajante. Aunque quería que yo fuera médico, le hacía ilusión lo de escritor. Presuponía que me iba a ir mejor que a él.
Además del amor por sus padres, el poeta maño tiene una obsesión por los coches, alusión simbólica del poder y el capital. Y por el dinero, un tema que parece tabú en la literatura contemporánea española. Vilas es un experto de la economía familiar. A todo le pone precio. Y si no le pone precio, al menos opina si le resulta caro o barato. Acercarse a sus libros, o a las crónicas que ha escrito para el Cultural de ABC, sobre los viajes por el medio oeste norteamericano es, en parte, la visión que un español medio tiene sobre el precio de las cosas. «El dinero es fundamental en toda mi literatura. Todo el mundo lleva el dinero en la cabeza. El dinero está abrasando el cerebro de la gente, abrasa las relaciones sentimentales. Cuando un hombre y una mujer se apasionan, una vez que ha pasado la pasión, miran a ver cuánto gana el otro. Es como cuando veo una película y no explican de dónde sale el dinero que tienen los protagonistas, o no se sabe en qué trabajan. El dinero es una metáfora del capitalismo, de la mediación y la determinación que ejerce en nuestras vidas. Es la plasmación real cuando el capitalismo se hace carne», reflexiona.
Si al humor carnavalesco, tan Vilas, le sumamos una sed desaforada -y no es agua precisamente lo que bebe este yo eufórico y poliédrico-, el lector se encuentra con dos libros atravesados por los calambres del alcohol. Tanto en el poemario, como en el libro de relatos, se pasean Faulkner, Dylan Thomas, Fitzgerald, Lowry y el propio Vilas. Una cofradía que, con una mano, deshilacha con la Underwood el alma humana, y, con la otra, descorcha una botella. «La gente, cuando lee a esos escritores, se olvida de que está leyendo a alcohólicos. Tienen las mentes distorsionadas, en el mejor sentido de la palabra», dice Vilas, mientras destaca que algunos de sus textos muestran una euforia desbordante.
P- En alguno de tus poemas y de tus relatos se cogen grandes melopeas, el lector puede sentir la desmesura de los efectos alcohol.
R- He escrito poemas bajo la euforia alcohólica. La literatura y el alcohol siempre han tenido una relación muy especial. Los vincula la exaltación de la vida y se comunican muy bien. Hay un escritor español al que le debo mucho, Fernando Marías. Cuando leyó el Gran Vilas (Visor, 2012) , me dijo que ese era el libro de un alcohólico. Hasta entonces no me había percatado de eso. El alcoholismo tiene su parte festiva, pero también su lado oscuro.
P- Además de esos escritores mencionados y las estrellas de rock que pasan por estos dos libros, aparece un escritor español, el último rinoceronte negro le llamas, ¿por qué elegiste a Francisco Umbral?
R- Porque es un modelo de escritor que ya no ha continuado. El de ahora es más aseado políticamente, más certeros en su opiniones, mucho más exactos, pero muy aburrido. También quería recordar al escritor popular, tipo Quevedo, que ya se ha perdido. Umbral era el escritor que se montaba en un taxi y el taxista lo reconocía. Era un escritor que llegaba a un montón de capas sociales que no tenían que ver con la literatura, donde no había ni libros ni nada.
P- ¿Ha sido también una manera de tirar de uno de tus grandes temas como es España?
R- Umbral me ha servido para tirar del hilo. Es como cuando la madre de la niña del exorcista insiste en cuidar a la hija y sale la bestia. Pues cuando tiras de cualquier hilo de la transción española, te sale el fantasma.
Manuel Vilas
La charla va llegando a su fin, e invito a Vilas a que recite algún poema de El hundimiento. Pasa el dedo por las páginas hasta que se decide por el poema titulado Daddy. Recita con pronunciado acento aragonés. Plisa con fuerza cada palabra. Suena hondo, como si de cada una de ellas surgieran setecientos millones de hundimientos.
No bebas ya más, papá, por favor.
Tu hígado está muerto y tus ojos aún son azules.
He venido a buscarte. Mamá no lo sabe…