Me desperté con dos inviernos a los lados

Elsa Veiga
Tres Hermanas, 2020

Dicen que uno de los milagros de la ficción reside en que nos permite vivir vidas que de otra forma no llegaríamos a conocer. A veces son aventuras increíbles y otras grandes horrores.

Elsa Veiga consigue en su primera novela que nos estremezcamos con Cara, su protagonista. Regresamos como ella a su infancia y esperamos ese momento de los cuentos que le narra su hermano a los pies de la cama y, con ellos y con su madre, jugamos también a no ser nadie cuando se acerca la hora de regreso del padre a casa. Sufrimos, al leer, la angustia previa al horror.

Porque lo que la escritora nos cuenta en ‘Me desperté con dos inviernos a los lados’ es una historia de violencia y maltrato a las mujeres que se repite en tres generaciones de una misma familia, como un horrible gen que solo ellas parecen condenadas a heredar.

Tres generaciones que desembocan en Cara, una mujer en lucha por romper los patrones familiares que han dado forma su manera de ser. Una mujer que necesita dejar atrás la ansiedad y la inseguridad que ha venido arrastrando durante toda su vida y darle por fin esquinazo a esa Sombra que solo anuncia desgracias.

En estas historias hay también espacio para la esperanza, como los momentos en casa de una profesora que en silla de ruedas supone el mejor apoyo para una de las mujeres. O aquellos en los que un amuleto pasa de unas manos a otras con la promesa de proteger a su propietaria. Personas y cosas que se convierten en fundamentales cuando se transforman en agujeros de luz por los que escapar del horror.

Paula Fuertes

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