Despedida que no cesa

img_0489Despedida que no cesa – Wolfgang Hermann – Periférica – Traducción de Richard Gross

La vida no te prepara para la muerte. Los libros tampoco. A pesar de ello, hay muchos escritores que han volcado sobre el papel ese vómito de pena al perder a un ser querido. Desde Francisco Umbral, pasando por Joan Didion, o los contemporáneos españoles Milena Busquets o Sergio del Molino, han acudido a la literatura en busca de un lenitivo, un bálsamo  que, aunque amargo, les ha servido para -no sé si  seguir adelante- contar su experiencia.  Es este, también,  el caso del escritor austriaco Wolfgang Hermann (Bregenz, 1961).

Despedida que no cesa comienza con un lirismo contemplativo. La luz, las hojas, la naturaleza conducen al lector a un pesimismo sobre el que el escritor construye su voz, una voz dolorida y angustiada que se forja así tras la pérdida de su hijo adolescente Fabius. WH es un hombre profundamente afectado por esa muerte. A partir del fatídico hecho, el escritor, dando saltos en el tiempo, reconstruye su vida, la de Fabius y la de la mujer, Anna, con la que concibió al niño.

WH reflexiona sobre los aciertos y los errores en la vida. Sobre la juventud y el egoísmo. Sobre la responsabilidad, la familia y la paternidad. Todo visto a través del velo oscuro por el que mira el padre herido. Con sensibilidad de poeta, WH se sumerge en el pasado para dar sentido la presente y asirse a los recuerdos que han conformado su experiencia. En Despedida que no cesa hay pasajes dolorosos de gran lucidez. Recuerdo leer, tumbado en la cama, la escena de la operación con un nudo en la garganta. O la reunión en el bar después de despedir a Fabius, en la que el escritor y Anna conocen a Julia, la novia del recién fallecido.

«Anna se sentó con nosotros y me abrazó a mí y también a Julia. Éramos una familia que nunca habíamos estado reunida y sin embargo formaba una unidad. Anna me miraba, en sus ojos había un océano de amor y de pena que abarcaba el espacio del tiempo». (26)

Despedida que no cesa es (1)dura, (2)lírica, (3)contemplativa en la medida que el dolor es grieta por la que se cuela el recuerdo, y (4) reflexiva como cuando el tiempo zumba en un túnel y al final sólo hay una niebla densa por la que apenas se filtra la luz. Este magnífico librito -apenas sobrepasa las 100 páginas- es un esfuerzo poético por componer con retazos la experiencia del desorden que supone vivir la muerte del hijo.

@cercodavid

 

 

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