Los allanadores

ub. la cruz del surLos allanadores
Carlos Pardo – Editorial PreTextos

En el terreno fértil en el que crecen el cardo y el limonero, dos musculaturas de raíces antagónicas obligadas a convivir, encuentra Carlos Pardo (Madrid, 1975) la luz de su voz poética. En Los allanadores lo excelso está en tensión con lo cotidiano, y hasta la política y el espíritu del 15-M se cuelan en este poemario dividido en tres partes: «El hombre indivisible», «Calipso» y «Los armónicos».

El autor de El viaje de Johann Sebastian (2014, Periférica) entiende que es posible esa grieta por la que la poesía se cuela y hace ovillo. En «Siete días de sol», el poema situado en el corazón de Madrid, el sol se alía con el día y una melodía de Morricone sirve como desayuno. En esa calle céntrica es posible escuchar bromear a los operarios que recogen la basura con una borracha a las cuatro de la madrugada, mientras la respiración de la amada trae el sosiego; las asperezas de la realidad con amor y con poesía son menos ásperas. En «Lejía», poema que le sucede, también el hogar es un trino de esperanza, y ese olor fuerte es el camino inverso de los perfumes, que en su evocación une a la pareja. En esta primera parte, el verano puede ser «insoportablemente estético» mientras el hombre indivisble se hace carne en un padre enfermo, «tan delgado que no lo reconocerías».

En la segunda parte, «Calipso», se cuela lo agreste: las ovejas, el perro, el mullido agosto con su luz que ciega y alimenta, los payeses, los eucaliptos, los cerros, la bruma y la playa. Es un minimalismo de verso corto. Reza en esta canción antillana la economía de palabras. Después de varias lecturas, hay días que acudo a estos versos:

[…] Las higueras anfibias.
El jardín sarmentoso.
La culebra mojada junto al haz
de paja. Anónimas avispas
clavadas en el tronco
del manzano
como nieve salvaje. (43)

«Mis problemas con el judaísmo» abre la tercera y última parte. Este poema es largo, íntimo y flexible, el mejor ejemplo para observar cómo afloran las obsesiones políticas, el desencanto, las rutinas cotidianas y la cultura, como si la política no fuera cultura sino un armónico sonoro que entretiene y roba tiempo a lo que al poeta de verdad le importa: leer a Bellow y a Naipaul. No ocurre lo mismo con «Judee Sill», un homenaje a la cantante con voz rota de sirena psicotrópica. Bach, Virginia Woolf o Paul Valéry arrancan a la piel del poema las últimas palabras. Los allanadores evoca lo real hasta adentrarse en el terreno de las sensaciones y lo inmaterial, para transitar por un camino de incertidumbres más verdadero que el relámpago político de ilusiones que se apagan.

Los allanadores

Toda la noche le ha cantado
el gallo a la neolítica
luna como un
perro. Mamíferos y aves
concordaban lamentos
para ascender el arca de la luna.
Los pasos en la grava
por la escalera de la noche.
Pero ahora podermos dormir hasta tarde.
Apenas el mugido de una vaca
guiará nuestro sueño
por senderos de insectos susarrantes.

@cercodavid

 

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