Instrumental. Memorias de música, medicina y locura

Instrumental. Memorias de música, medicina y locura
James Rhodes – Blackie Books

Nos lo habían hecho llegar antes de su salida a la venta desde Blackie Books. Inmeditamente empezaron a aparecer las reseñas y comentarios sobre el libro en los medios, en las webs de librerías, y nos quedamos sin palabras, porque sentíamos que, como somos meros libreros, nada podíamos aportar para dar a conocer este libro.

David Trueba escribió en El País. «El caso de este pianista es particular. Acaba de aparecer en España su libro de memorias precoces, porque apenas tiene 40 años, pero ya ha dedicado programas ingeniosos al piano y la música clásica. El libro se llama Instrumental y arranca con ramalazos apasionados por algunas piezas clásicas y sus intérpretes y compositores. Son defensas del poder sanador del arte, pero también del empeño por seguir hablando de música sin etiquetas, poniendo a Bach o Ravel en nuestra oreja, contando la grandeza de la música sin esclavizarla al muermo, la petulancia y la incomprensión generalizada. En su memoria personal, la música es la tabla de salvación. Porque es en las páginas sobre su experiencia como niño violado por el instructor de boxeo, degradado y herido en el infierno de las escuelas de élite, hundido en los antidepresivos, las autolesiones y el desequilibrio mental, donde su narración suena escrita a golpes de piano.»

Le dejamos nuestro ejemplar a Tulsa que además de cantante, compositora y buena lectora, es psiquiatra, y nos lo devolvió después de lanzarlo a redes «Impactante y recomendable para músicos y psiquiatras. Hay que perdonar el moralismo final. Gracias @LaBuenaVidaLib»

Y poco a poco la pila de ejemplares iba cayendo y sentimos que, por muy generalista que vaya a ser el impacto, no podemos dejar de colaborar en él. Hay tres realidades que se entrecruzan en el libro con la misma fuerza. La primera no la hacemos nuestra suficientemente. Cuando años después de sufrir abusos y violaciones sexuales Rhodes nos cuenta cómo puede distinguir a un pederasta solo con cruzarse la mirada con él, independientemente de que este vaya feliz de la mano de su mujer y  sus hijos por un parque de atracciones, y lo hace narrando una escena brutal por su crudeza, su realismo y las consecuencias que debemos sacar. Nos hace pensar en toda la gente herida por siempre después de haber sufrido un abuso, para quien la vida ya nunca será igual, para quien la percepción de los demás y de sí mismo quedará condicionada para siempre. Este trazo es el que, al cerrar el libro, nos debería hacer descalzarnos al pisar el cesped, ser más cuidadosos con nuestras huellas.

La segunda realidad es la del poder de la música. Cómo tanto en el ámbito absolutamente privado de las emociones y sensaciones personales, la música nos acompaña y ejerce una influencia salvadora y gratificante en nosotros, para sacarnos del sopor, para acompañarnos en nuestra vida. En Rhodes, como en una caricatura gigantesca, la música consigue lo que parece imposible. Acaba suponiendo para él la medicación perfecta para sus múltiples traumas, la cuerda que convierte la soga del suicidio en el cabo del que se agarra para seguir a flote.

Y por último, la suerte. En una singladura vital como la de Rhodes, queda patente cómo nuestra patética seguridad de merecer lo que tenemos (sobre todo cuando nos va bien) choca con la diosa fortuna. Cómo somos fruto de nuestro esfuerzo y nuestras decisiones, sí, pero también de haber nacido en Madrid y no en Siria, de haber crecido felizmente protegidos y no habernos cruzado con una animal humano que nos arrebatara la infancia… Con Rhodes, una vez tras otra, la mala suerte y la divina fortuna son el oleaje infatigable sobre el que su vida va a la deriuva a veces y avanza con el viento a favor, dependiendo del momento y, de esta manera, la vida se convierte en el fruto del azar, del efecto de la más leve brisa, en la bocanada de aire que nos saca de debajo del agua cuando habíamos abandonado las ganas de vivir.

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