Voces de Chernóbil. Crónicas del futuro

ChernóbilVoces de Chernóbil. Crónicas del futuro – Svetlana Alexievich – Debolsillo

El día que fallaron el Premio Nobel de Literatura 2015 me quedé rumiando  el agradable trabalenguas del nombre de Svetlana Alexievich (Bielorrusia, 1948)  hasta bien entrada la noche, sin estar seguro de que a la mañana siguiente fuera capaz de recordarlo. Ya me ocurrió hace unos años con el nombre de otro artista, el cual no recuerdo en estos instantes.  Después de leer Voces de Chérnobil. Crónica del futuro, único libro traducido hasta ahora al español, su nombre sí ha quedado grabado en mi endeble memoria.

Que el Nobel haya caído sobre esta periodista bielorrusa, no hace más que confirmar la buena forma en la que se encuentra el periodismo narrativo, la crónica y el «reportaje de largo aliento», como lo suele denominar Alfonso Armada. La no-ficción alcanza el máximo reconocimiento con este premio, y demuestra que la información no está reñida ni con la buena literatura, ni con la denuncia, ni con el entretenimiento. Aunque esto no sean más que etiquetas que  ayudan a diferenciar o a saber de qué se habla. Los géneros se enriquecen cuando buscan en terrenos en los que no suelen ser cultivados. El mestizaje es la mejor manera de mantener el periodismo vivo, y la literatura. Hace tiempo que muchos autores prendieron fuego a los compatimentos estancos.

En estas crónicas, Alexievich da voz a aquellos que sobrevivieron a la catástrofe de Chernóbil el día 26 de abril de 1986. Las explosiones en uno de los cuatro reactores cambiaron la concepción de la física nuclear, la gran panacea que mutó en cáncer, muerte y desesperación. El desmoronamiento del Socialismo está indisolublemente atado a este drama histórico.  Un aviso del peligro que conlleva el uso de esta energía, que se extendió  por medio de las radiaciones sin respetar ningún tipo de frontera. Se puede decir que cada sistema político/económico contamina el mundo a su manera. Cada uno tiene su crack. Precisamente la caída de las repúblicas soviéticas es uno de los temas centrales de esta mujer que cambió los periódicos por los libros.

La Premio Nobel de Literatura 2015 recoge más de 40 testimonios como si de una tragedia griega se tratase. El monólogo es la unidad que conforma esta gran crónica. Comienza con la voz viva de Liudmila Ignatenko, una joven que pierde a su marido, Vasili, un bombero que va a apagar un reactor nuclear como el que va a socorrer un gato encima de un árbol, sin protección, a pecho descubierto. Liudmila explica cómo es la muerte de su marido en un hospital de Moscú. Su piel azul, la descomposición de los pulmones enrocados en su garganta, la fiebre, su debilidad extrema. Ella sobrevive, no lo hace la niña que da a luz, que ha llevado en su vientre como un pararrayos.

Los testimonios se suceden unos tras otros. Como la de la viejecita que no se va de la aldea y sobrevive con su gatito. El piloto que le regala a su hijo la gorra con la que ha estado sobrevolando la zona, un regalo envenenado que le provoca al niño un cáncer de cerebro mortal. O el investigador científico, diputado del parlamento bielorruso,  que come bocadillos contaminados junto a sus compatriotas. Lo hace por vergüenza, por compartir la suerte de todos, le dice a la periodista. La mala suerte, diría yo. O ese operador de cámara que sueña con grabar una película en forma de parábola con animales, y a la que quiere titular Los rehenes. Y así, entre drama y drama, Alexievich se pone de lado, no interfiere o interfiere lo justo para que el monólogo siga el camino de vuelta desde el centro de la realidad. Esta  recopilación de testimonios es la mejor arma para dejar en evidencia el trato que la antigua Unión soviética daba a sus ciudadanos. Cada monólogo es un mazazo contra el régimen. Para trazar este mapa de voces silenciadas suele hacer entre 500 y 700 entrevistas.

Detalles en los que se detiene la vida. El duelo de la voz. Los tres coros que acampañan a los monólogos como un ópera siniestra. Las esperanzas diluidas. El horror. El desamparo. La nube de la guerra pero sin guerra, igual que si el horizonte fuera el escenario de una vida perdida. Son algunos de los elementos que la Nobel muestra como un corolario íntimo del desastre de Chernóbil. Frente a él está el imperio soviético que opera con silencio y frialdad, sin transparencia. Cuyo peso cae como un martillo sobre  todo aquel que se atreve a disentir. El partido, el carnet, la bandera, la entelequia de la patria y todas sus herramientas puestas al servicio de un fin. Y Svetlana Alexievich ahí, con su grabadora y su bloc de notas, para que aquellos que quieren hablar, pero no pueden escribir, se les pueda leer.

@cercodavid

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