Las letras entornadas

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Fernando Aramburu
Tusquets

Que Fernando Aramburu sabe de Literatura no es ninguna noticia, pero que además controle tanto de vinos, para mí, al menos, ha sido una grata sorpresa. En Las letras entornadas, el escritor donostiarra (1959), con la excusa de un encuentro semanal con el Viejo -así lo llama-, selecciona 32 artículos escritos a lo largo de su carrera, todos relacionados con vivencias personales, lecturas, libros y autores que lo han acompañado en su vida.

La dinámica es la siguiente: Aramburu llega a casa del Viejo, abren una botella de vino -una noche llegan a beberse cuatro-, y recuperan el tema que se ha quedado pendiente la semana anterior. Con inteligencia cervantina, el autor de Años lentos lleva al lector a la trampa, siempre con el mismo señuelo: que si los sorbos de un vino chileno o un Ribera del Duero, que si las almendras con las que acompañan los caldos, que si el humor con el que calza algunos comentarios el Viejo. Y en ese tono y ambiente, entre amistoso y desenfadado, el lector acaba sentado junto a estos dos personajes amantes de las letras y del vino.

En los textos, el escritor afincado en Hannóver hace un repaso de su infancia más agreste, con esas peleas a pedradas en un barrio humilde de San Sebastián, «de esos que no salen nunca en las postales»; de las primeras lecturas; del entorno familiar de clase trabajadora, y aquella imagen de su padre en la fábrica con el agua hasta las rodillas que se quedó grabada en la memoria del niño Aramburu, hasta el día de hoy; de su acercamiento a la poesía y sus primeros intentos de imitar a Lorca; de la pertenencia al Grupo CLOC de Arte y Desarte; o de las visitas a la librería Lagún, tan acosada por el entorno violento de ETA.

Si bien es cierto que Luis Landero tiene otro tono en sus memorias noveladas, El balcón de invierno (2014), ha habido momentos en los que no he podido evitar hacer ciertas conexiones. Pero al margen de estos lapsus de lector, Aramburu, tan pendiente de los asuntos literarios como de los familiares, también narra sus andanzas con Gabriel Celaya, o se adentra, gratamente, en la obra de Félix Francisco Casanova, si no le busca los puntos cardinales a Tiempo de vida, la novela autobiográfica de Giralt Torrent que tanto gustó aquí, en La Buena Vida. Pero las sorpresas no paran -por lo menos para mí-, y el escritor narra la fascinación que siente por Marcel Reich-Ranicki, y su programa de libros en la televisón alemana en horarios de máxima audiencia, y sus acelerados viajes por las autopistas alemanas para llegar a tiempo a casa, para poder ver al crítico más apasionado y célebre de los últmos años.

Y así, entre un reserva de Haro y un Valpolicella Classico Superiore Ripasso del 95, Aramburu sigue, junto al Viejo, hablando sobre Thomas Mann y Pilar Adón, la Comala de Pedro Páramo o las injusticas que sufrió Ramiro Pinilla. Qué más puedo decir, toda una vida, como dice la canción, dedicada a la Literatura.

David García Martín es @cercodavid en Twitter

 

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