Una puerta que nunca encontré

Una puerta que nunca encontré
Thomas Wolfe – Periférica

Este Thomas Wolfe que ya nos hechizara con El niño perdido, es aún más gustoso en esta obra maestra (¡y era bien difícil!). La razón es que, de lo que trataba el primero, la pérdida, la nostalgia, es ya de por sí un elemento de narración con una carga dramática importante. En este caso, hay tantas razones para leerlo. En ocasiones a lo Walser, en otras, como Steinbeck, Capote, … La soledad, la literatura, el olvido, el amor, la miseria económica y moral, todos estos temas tratados con un lirismo y una sensibilidad que no pueden dejar indiferente. Su estilo es lo más parecido a una buena selección de música para andar por la calle, te acompaña aún cuando ya no suena y te hace mirar la vida con el ritmo que el autor te ha marcado.

«Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia… Y este hecho resulta tanto más asombroso en la medida en que yo jamás busqué la soledad ni me aislé de los demás ni busqué fabricarme una torre de marfil lejos de la furia y el ruido de este mundo. Amaba la vida con tanto ímpetu que me volví loco por la sed, por el hambre que tenía de vivirla; un hambre tan literal, cruel y física que quise devorar la tierra y a toda la gente que vivía en ella.»

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